Ontología de la aberración.
Desde hace décadas para Hollywood la inspiración dejó de ser libre o gratuita, ya que buena parte del destino de sus proyectos venideros se juega en la mesa de negociaciones de los “derechos intelectuales” con vistas a la remake de turno. De hecho, como espectadores nos hemos acostumbrado a que los grandes estudios recurran una y otra vez a traslaciones improvisadas de películas de geografías cada vez más lejanas, como si la distancia fuese una garantía absoluta de “desconocimiento popular” con respecto al material de base. Esta ingenua estrategia comercial de “refritado” temporal y/ o espacial por lo general colisiona con la decepción ante el producto resultante, esa misma que rápidamente se expande con la fuerza de una bola de nieve bajando por una montaña, arrastrada por la capacidad de lobby que la prensa y los fans de la original continúan teniendo en nuestra contemporaneidad.
Que en ocasiones se reversionen faenas que nadie tenía en estima nunca será tan doloroso como una doble promesa hecha pedazos: hoy estamos ante Oldboy (2013), un opus del errático Spike Lee, cuyos cimientos se remontan a una de las obras maestras principales de lo que va del Siglo XXI. Recodemos que el film homónimo de Park Chan-wook fue en gran medida responsable de poner en el mapa cinematográfico a Corea del Sur, una verdadera usina de realizadores extraordinarios como Bong Joon-ho, Kim Jee-woon, Na Hong-jin y por supuesto el propio Park. No es que uno conservase muchas esperanzas pero a veces no podemos dejar de atesorar un ápice de optimismo, no obstante lo cierto es que esta versión no logra captar la esencia de la película del 2003, adopta una perspectiva bastante cobarde a nivel conceptual y para colmo no agrega ni una mísera idea novedosa a la macro estructura.
La historia se centra en un hombre que es secuestrado y mantenido en cautiverio durante años y años, hasta que de repente sus raptores deciden liberarlo para que investigue y descubra las causas de su martirio. El ya mítico Dae-su (Choi Min-sik) es reemplazado por el anodino Joe Doucett (las buenas intenciones de Josh Brolin no llegan a compensar la pobreza de su personaje), en lo que podríamos definir como un enroque patético en el que la sátira negra del convite asiático se diluye de manera progresiva en un ridículo lustroso y por demás vacuo (los villanos interpretados por Sharlto Copley y Samuel L. Jackson dan vergüenza ajena). Mientras que la primera combinaba con inteligencia el thriller de entorno cerrado y el drama surrealista con la comedia sardónica y el horror existencial, la propuesta en cuestión pretende amoldarse a un suspenso más clasicista pero fracasa miserablemente.
Más allá del típico “temperamento furioso” de Lee y la anécdota de una nueva batalla con los productores circunstanciales, los que aparentemente le editaron su corte primigenio de 140 minutos hasta imponer los 104 actuales, a esta altura del partido resulta innegable que el norteamericano perdió la brújula desde hace mucho tiempo: no se siente cómodo ni en realizaciones por encargo como la presente ni en la andanada de películas independientes que entregó a posteriori de su último gran éxito de taquilla, la apenas pasable El Plan Perfecto (Inside Man, 2006). Si bien el guión de Mark Protosevich no es ninguna maravilla y comete la estupidez de calcar el film de Park escena por escena, la mayor insipidez y/ o derrota la encontramos a nivel de la ejecución concreta, por ello no nos queda más que señalar el lamentable declive de un cineasta que supo ser inconformista y muy valiente.
Ya desaparecieron la visceralidad discursiva, el esteticismo sutil y la experimentación formal de antaño. El intento por reproducir la legendaria secuencia del martillo, extraída de la dialéctica visual de los videojuegos, es estéril, así como el desarrollo narrativo y la dirección de actores (aun así, rescatamos la labor de Elizabeth Olsen). Incapaz de construir un verdadero vínculo entre seres sin alma, esta Oldboy coarta la multiplicidad de lecturas que habilitaba la original y pierde toda correspondencia en lo referido a la ontología de la aberración que nos regaló el genial Park. El surcoreano siempre estuvo obsesionado con ese “vigilar y castigar” de raigambre foucaultiana, sustentado en la flagelación corporal/ psicológica (el pulpo vivo, la extirpación dental, la lengua cortada, la hipnosis, etc.). Hoy sólo persiste una cáscara inofensiva en la que el sadismo es amoral e inconducente…