TORO! TORO! TORO!
Pocas compañías de cine animado son tan irregulares como Blue Sky. Si la empresa tiene producciones interesantes como la primera La era de hielo, Robots, Horton y el mundo de los Quién o El reino secreto, también conoce lo más bajo del abismo cinematográfico con las continuaciones de aquella saga prehistórica y ese doblete bastante molesto de Río. Y si la especialidad de la casa parecen ser las películas con animales parlanchines, Olé, el viaje de Ferdinand viene a sumar otro animalito con emociones humanas a flor de piel. Con un agregado: todo ese pintoresquismo y los clichés sobre lo extranjero que había en el Brasil de Río, aquí se vuelven a reproducir con los estereotipos españoles de esta fábula anti-taurina. La diferencia es que aquí, basándose en un material previo como el libro de Munro Leaf y Robert Lawson, el director Carlos Saldanha tiene una base desde donde al menos encuentra ejes temáticos y núcleos narrativos que le aportan solidez como relato.
Ferdinand (el toro que ya tuvo una adaptación disneyana en los 30’s y que ganó el Oscar como mejor cortometraje) es un ternero que rehúye de las obligaciones que parecen marcadas como destino para su especie: no quiere pelear, no quiere ir a la plaza de toros, sólo disfruta de la naturaleza y oler algunas flores. Obviamente eso lo enfrenta a los suyos, y especialmente al designio familiar que alcanza la tragedia cuando el padre es elegido por un matador y nunca regresa. La muerte del padre o de la madre, elemento tradicional del relato a lo Disney, se apodera de esta producción de Blue Sky para ofrecer otros niveles y espesores dramáticos. Hay riesgo en el camino del protagonista y cierta melancolía en el resto de los personajes que habitan ese corral. También hay en Olé, el viaje de Ferdinand una saludable intención por ofrecer un relato sostenido más en los giros dramáticos que en la construcción de secuencias y en humor autoconsciente. Aunque, obviamente, el humor reproduce la fisicidad heredada del cartoon clásico. Esa ambición por construir un relato superador a las convenciones del mainstream animado hace que la película se extienda en la duración y que se incorporen subtramas que no aportan demasiado. Si Olé, el viaje de Ferdinand cruza los tonos más ásperos de la primera La era de hielo con la linealidad colorida de Río, de esta última también suma el mensaje ecologista y el pacifismo bienpensante. Porque si bien aquí no termina de haber villanos definidos, aquellos que ocupan ese rol son quienes atentan contra la amabilidad de los animales y la naturaleza.
No hay nada demasiado malo en Olé, el viaje de Ferdinand -e incluso hay momentos de buen cine, como el prólogo y el epílogo en una corrida de toros- y sus personajes son bastante carismáticos, pero también es cierto que su alcance, a pesar de lo ambiciosa, es bastante limitado. Eso queda en evidencia en la gran secuencia de persecución en Madrid, donde a pesar del desquicio y el humor a toda velocidad, nunca alcanza la cima de secuencias similares como la de apertura de Madagascar 3 o la del final de Buscando a Dory. Es en esos pasajes donde el nuevo film de Blue Sky evidencia que sus intenciones son buenas, pero no le alcanzan para sobresalir porque en definitiva limita su libertad a favor del mensaje.