Mariano le había dedicado un lindo libro, “El Negro Olmedo, mi viejo”. También armó con su hermano Marcelo un biopic de buen elenco, que quedó interrumpido por falta de fondos a poco de iniciarse el rodaje. Con parte de lo filmado, un noticiero de 1960 donde aparece Fernandito recién nacido, fragmentos de películas y programas televisivos, y recuerdos de la prole y de algunos colegas, hizo finalmente la película que ahora vemos. Para hilvanar la trama, él mismo se pone en diálogo con Marcela Baños.
Los fragmentos están bien elegidos y dan ganas de más. Lo filmado permite apreciar la composición de Juan Orol como Olmedo adolescente, Javier Castro como Alejandro Romay, tomado en lo que hubiera sido un juego de plano-contraplano, el rosarino Tito Gómez como el carnicero con quien trabajó Olmedo niño, Marcelo Mininno y Manuel Wirtz como Pancho Guerrero y Manuel Alba, y Sabrina Olmedo encarnando a su propia abuela. Por ahí, perdido, hay un par de palabras en rosarigasino.
Palito Ortega evoca los tiempos en que era vendedor ambulante y “se paraba la venta de café apenas empezaba ‘El capitán Piluso’”, y luego, cuando era productor en EE.UU. y Olmedo encabezaba el rating de la cadena de Telemundo los domingos a la noche. Moria Casán recuerda la felicidad del trabajo conjunto. Lástima grande que no participen también otras compañeras de trabajo, que aún quedan. Francella y Brieva hacen rápidos y elogiosos análisis del estilo olmediano. Cálidas, las anécdotas de los hijos, y tocante la respuesta de Albertito cuando recuerda haber extrañado “mucho, las cosas que hace un padre”. El nació después, y esas cosas “las suplantó mi tío”. Pero nadie habla de tristezas. Al Negro se lo recuerda con una sonrisa, que puede convertirse en risa imparable, y hasta “políticamente incorrecta”, apenas uno se descuide.