Un tema que merecía un tratamiento más cuidado
Omisión coloca a Gonzalo Heredia en el rol de un cura en el dilema de exponer a un penitente como asesino o ser su cómplice silencioso.
Es una historia atractiva, pero no ha sido llevada a buen puerto. Los personajes centrales son un cura, un psicoanalista y una fiscal. Todo sucede en un barrio de, se supone, Buenos Aires.
El cura se llama Santiago Murray. Hace diez años dejó una novia y viajó a España, donde siguió la carrera sacerdotal. Pasado ese tiempo regresa para trabajar como auxiliar de la parroquia de aquel barrio, que dirige el padre Carlos. Pero trae consigo un secreto.
El psicoanalista es Patricio Branca. Entre sus pacientes hay profesionales, mujeres abusadas y personas de moral dudosa. Cansado de escuchar sus confidencias, decide convertirse en "justiciero" y asesinar a lo que considera la escoria del barrio, a razón de dos cada cuatro días.
Esto ocurre después de escuchar una homilía de Murray, donde explicó que la Iglesia identifica cuatro clases de pecado: de pensamiento, palabra, acción y omisión. Este último lo cometen quienes callan deliberadamente u omiten cumplir sus obligaciones.
El conflicto dramático se instala cuando Branca le cuenta a Murray, en el confesionario, sus crímenes y le dice que continuará con su cruzada. Los asesinatos comienzan a ser investigados por la fiscal Clara Aguirre, quien en otros tiempos fue la novia de Murray.
El relato abre con innecesarias citas del Catecismo de la Iglesia Católica que aluden al sigilo sacramental: el juramento de los sacerdotes que les impide revelar las confesiones de sus penitentes. Según el Código de Derecho Canónico, quien lo hace incurre en excomunión. En el filme también se menciona el secreto profesional de los médicos.
El sigilo obliga a los sacerdotes a guardar el secreto aunque el penitente, por cualquier motivo, no obtenga la absolución o la confesión resulte inválida. Por ejemplo, cuando la persona no manifiesta arrepentimiento por sus pecados.
El dilema que enfrenta Murray es qué hacer frente a la acción criminal emprendida por Branca, para no cometer pecado de omisión.
Se puede presumir que el director tomó en cuenta un famoso filme de Hitchcock titulado Mi secreto me condena (1952), con Montgomery Clift, Karl Malden y Anne Baxter, sobre un cura que recibe la confesión de un asesino y se ve en la encrucijada de romper el silencio o guardar el secreto y, eventualmente, ser condenado o morir como mártir.
Este año también se conoció Secreto de confesión, del venezolano Henry Rivero, donde un sicario le dice a un cura, en el confesionario, que éste será su próxima víctima, con el propósito de poner a prueba su juramento, sus principios y su fe religiosa.
Pero la propuesta de Páez Cubells, cuando saca a relucir el pasado de los protagonistas para cerrar las variables dramáticas de la historia, se vuelve cambalachera y cae en el grotesco. Y es una pena, porque el tema merecía un mayor vuelo narrativo.
La película posee un buen tratamiento técnico, pero los diálogos a veces pecan de infantiles y en otras ocasiones incurren en los habituales tópicos expresivos del cine argentino. Las actuaciones de Belloso, Heredia y Wexler son aceptables, aunque sin alcanzar la convicción.