Morgan Spurlock es un director que alguna vez estuvo nominado al Oscar por un documental llamado “Super size me” (2004). En él investigaba la veracidad del marketing de las cadenas de comidas rápidas, y a tales efectos se sometía él mismo a consumir comida de McDonald’s durante un mes con consecuencias deplorables para su organismo. Veíamos deterioro físico y mental en él y en su pobre novia que lo acompañaba en la (in)gesta. También fue responsable de “La historia más grande jamás vendida” (2011), otra mirada interesante al mundo del marketing y la publicidad, pero en el cine. Básicamente se metía directamente con los vericuetos que los grandes productores exploran para aprovechar ganancias en cada segundo de lo que se filma.
Ahora, muy lejos de ese tipo de compromiso para documentar, se puso detrás de las cámaras para “One Direction: Así somos”. Desde Los Parchís a los Jonas Brothers cada generación ha tenido que soportar el grupito de moda. Ese de coreografías, música, letras y talento prefabricado. Un producto televisivo salido de esos programas tipo caza-talentos. Mezcla de reality show con casting de cantantes (a veces se molestan en buscar alguno que puntee con la guitarrita o sepa tocar “Para Elisa” en el pianito). Asistimos una vez más a un producto que se fundamenta en la misma fórmula: Casting gigante, cinco elegidos, emoción familiar, canciones pre-producidas con el mismo esqueleto de introducción (estrofa y estribillo pegadizo) y más grandes que U2, y mucho más músicos que los Rolling Stones. Hasta Martin Scorsese va a verlos y Chris Rock y se declara el fan número uno.
“One Direction”…”, como todos los otros, es el producto de moda. Los que venden discos y dejan afónicas a todas las chicas de entre 9 y 15 años. Las mismas que, como todas, sacarán el polvo de los CD’s dentro de 15 años y sonriendo dirán: “¿Cómo me podía gustar esto?”
Mientras tanto: gorro, bandera y vincha. Hay que vivir el presente, y si hay bolsitos, remeras y figuritas, también una película (es una forma de decir).
Nada de esta producción escapa al formato televisivo inventado hace como treinta años por MTV. La estructura es calcada: Entrevista a uno de los chicos, momento de recital, viaje en limousine, habla el productor, y se vuelve a otro de los chicos, sin antes olvidar a alguna imagen de la abuela emocionada. Sus pensamientos están más cerca de los slogans que de la reflexión: “Sin mi familia no sería nadie”; “Queremos la paz del mundo”; “Esto es increíble”; “Quiero hacer esto toda la vida”… y varios etc. Nunca va a dejar de funcionar esta fórmula porque nunca dejará de haber chicas adolescentes de entre 9 y 15 años. El producto empieza en la tele y luego pasa a digital para estrenarlo en cine. Discúlpenme, pero para ver tele me quedo en mi casa.
En todo caso, algo que puede considerarse a favor de “One Direction: Así somos” es la capacidad para no dar nada por entendido. Cualquiera que la vea sabrá todo de esta banda nueva. Parece mentira ponderar aquello que en realidad debe suceder con un documental, pero así está planteada la industria.
La realización técnica cumple con el producto. Está diseñada para moverse como parte del engranaje. Esa máquina de hacer chorizos para adolescentes. Dentro de cuatro años nadie va a recordar nada de esto, aunque quizás tengamos a uno de estos chicos con carrera de solista. Por suerte cuando se separan no se hacen cinco documentales individuales.
Funciona sólo para su público. El resto queda bostezando.