Bienvenida la posibilidad de ver en pantalla grande películas animadas japonesas. Porque -lo hemos dicho más de una vez y cada título lo confirma- en ese campo hay una enorme creatividad tanto en los relatos como en la forma: se han asumido como perfectos y fantásticos dispositivos pop y este film basado en un muy popular manga (aunque lateral a su historia) es casi una declaración de principios. La mayor cantante del mundo de One Piece (así se llama la historieta y también la serie animé relacionada) tiene un extraño poder y un pasado que la vincula con el rey de los piratas (en un universo donde hay piratas, seres mitad animales, sirenas, bandas de criminales, tesoros ocultos, y mucho más) y eso desencadena lo que está siempre en el fondo de las ficciones japonesas: el melodrama especialmente familiar, especialmente de niños abandonados o padres que se pierden. Pero la vestimenta del cuento combina la acción, el humor a veces satírico, la creatividad sin límites del diseño con una gran cantidad de canciones y música, un auténtico bombardeo sensorial que implica el “un poco de todo” de estas películas. Y aún así, abigarrada y llena de cosas, se entiende todo: sobre todo, en este caso, un prodigio narrativo.