Como si el Rat Pack hubiera mutado en Art Pack
Operación Monumento empieza con el clásico cartel (que ya harta) de “Basada en hechos reales”. Después de verla uno piensa que se quedaron cortos. Debieron haber agregado: “Todo salió bien. Por eso, como ustedes verán, ni en las circunstancias más adversas nadie se hace demasiado problema”. La nueva película dirigida, coescrita y coproducida por George Clooney –junto a su socio de toda la vida, Grant Heslov– sí que está escrita de adelante hacia atrás, sabiendo cómo termina todo. Es como si se contara la crucifixión de Cristo como un jolgorio, porque el guionista sabe que va a resucitar, o la aplastante victoria de varias naciones indias frente al general Custer en Little Big Horn entre lágrimas, porque a la larga esos pueblos terminarán sojuzgados por el hombre blanco. Algo semejante sucede aquí con un par de muertos del lado “bueno”: es un poco que pase el que sigue, si total vamo’a ganar. El resultado de tanta falta de drama, de conflicto, de tensión, es el esperable: el opus 5 de Clooney debería llamarse Operación Monumento al Aburrimiento.
El tema es el famoso oro nazi. O parte de él, al menos. Su parte pictórica y escultórica, básicamente. Aunque en un momento dado –no conformes con haber hallado el más grande tesoro artístico perdido por la humanidad– nuestros héroes encuentran, de taquito, pilas y pilas de barras de oro. Como si el dueño de la chancha y los veinte diera con la máquina de hacer chorizos. Clooney hace de historiador del arte, que, cuando ya el resultado de la guerra puede adivinarse, recibe el dato de que la jerarquía nazi, de Hitler para abajo, viene acopiando desde la Madonna y el Niño de Miguel Angel hasta Rembrandt, Vermeers y siguen las firmas. Aunque el presidente Roosevelt no se muestra muy dispuesto a invertir esfuerzo bélico en la pavada de recuperar piezas de arte, con un par de sus sonrisas Clooney lo seduce, formando un pequeño batallón de arquitectos, expertos y eruditos, que responden a su llamado telefónico con la presteza de quien recibe la invitación para un asadito.
Todos gente macanuda, a estos salvadores del arte no les resultará fácil convencer a la milicada de la importancia de su misión, optando por hacerlo por la propia. Las charlas distendidas, el cancherismo inherente a Clooney, las bromas entre éste y Matt Damon (¡que hace de restaurador eminente!) y las risas compartidas hacen pensar, en algún momento, en una del Clan Sinatra, que para la ocasión habría mutado de Rat Pack a Art Pack. Pero no: ahí está Clooney poniéndose serio y mandándose un speech de cinco minutos sobre la importancia del arte y la cultura para el presente y futuro de la civilización occidental, tanto como para recordar que ésta es una película seria, qué embromar. Apasionante en sí misma, la historia del rescate de ese tesoro invaluable es contada de modo tan desvaído que si a uno no le dicen que esos actores tan parecidos a Cate Blanchett, Bill Murray y John Goodman (¡que hacen de arquitectos!) son, en verdad, Cate Blanchett, Billl Murray y John Goodman, jamás lo creería.