Por el arte, con poco arte
Fines de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes pierden terreno progresivamente. Pero al irse de ciudades y pueblos ocupados destruyen y roban obras de arte de primer orden. También los ataques aliados están rompiendo objetos y edificios irreemplazables. Para cuidar el arte que todavía está amenazado y recuperar el robado se forma un escuadrón aliado: cinco estadounidenses (George Clooney, Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Bob Balaban), un francés (Jean Dujardin) y un inglés (Hugh Bonneville).
Y, basada en hechos reales, comienza la acción. Bueno, es un decir: por más música omnipresente, cambios de escenario, "valores de producción" y otros etcétera, ésta es una película bastante estática. Las acciones de este equipo son muy limitadas en su arco narrativo, y muchas veces quedan encerradas en anécdotas moleculares (el francotirador, el alemán del bosque), desperdigadas, deshilachadas en la necesidad de darles a todas estas estrellas -y a Cate Blanchett, el mejor personaje de la película, tal vez porque no tiene que compartir acciones con muchas otras mujeres- algo para hacer. Pero es inviable: demasiadas estrellas no hacen necesariamente un cine brillante, y se nota, sobre todo al final, que sobran actores. Cada uno hace un poco, un tanto absurdamente y con poca verosimilitud, como para justificar su presencia, como si en lugar de grandes estrellas fueran empleados sobrantes de una repartición pública.
Hay mucha indecisión en el tono: la película es tironeada por el humor ácido de Murray (que tiene una escena sensiblera torpe, casi imperdonable), por el humor verbal de Bonneville (que luego pasa a momentos solemnes), por un John Goodman que parece cansado y -rareza de rarezas- no encuentra el track, por la actitud deadpan de Bob Balaban y por la simpatía demasiado profesional de Dujardin que choca con la simpatía genuina de Clooney y su necesidad como director-guionista-productor-protagonista de dejar "un mensaje" positivo que eleve las almas y a la vez sin ser demasiado agresivo.
El relato propone una mezcla que no logra ser amalgama y que no termina de arrancar jamás gracias a un tono anticuado, pero no clásico, a escenas demasiado quietas (Matt Damon, mago del movimiento, parece estar atado y reprimido). La música de Alexandre Desplat -uno de los innegables músicos estrella del cine actual, por si hacía falta otra estrella- adquiere un papel demasiado preponderante al tratar de transmitir las emociones que la acción no puede por sí sola, y las referencias a Un puente demasiado lejos (1977), de Richard Attenborough -en la música, en la idea de misión conjunta, en el reparto multiestelar y multinacional masculino con una mujer en el cartel- no alcanzan para que la quinta película de Clooney como realizador no sea un notorio paso en falso.