Nazismo para millenials
Bienvenidos a la época en la que Hollywood decide utilizar toda su maquinaria para mixar de la peor manera géneros, estilos, temas y motivos para construir un relato que si bien por momentos atrapa, nada aporta desde su mirada snob sobre la revisión de una de las tragedias más sangrientas de la historia del hombre, con el fin de apuntar a un público joven, conquistar la taquilla y generar una nueva franquicia.
Operación Overlord (Overlord, 2019), de Julius Avery, producida por J.J. Abrams, propone un dispar viaje hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, más precisamente al Día D, y los sucesos que imprevistamente tomaron a un batallón aliado con un claro objetivo: destruir una torre de comunicación alemana. Con decisiones narrativas que la acercan al videogame y no a un discurso cinematográfico, la propuesta es el resumen de la invasión en la industria de híbridos que no cierran por ningún lado.
En esa línea, el guion atraviesa una primera etapa en la que el desembarco en Francia permite la construcción de cada uno de los protagonistas, dotándolos de características bien definidas que funcionan como impulsores narrativos por contraste u oposición con el resto de los compañeros de escuadra.
Tras la constitución del grupo que finalmente lleva a cabo la misión (y que culmina siendo el eje del relato), se suma un personaje local (Mathilde Ollivier), una joven que vive junto a su hermano y tía en una pequeña población que se encuentra sometida por el régimen nazi, quien cansada de la opresión se relaciona con los militares para vivir en paz.
Al avanzar ya con la etapa de desafío y concreción del objetivo inicial, Operación Overlord comienza a mezclar géneros, olvidándose de transitar ese camino con verosimilitud, quebrando la solidez de su trepidante escena inicial -con un realismo sorprendente- y prefiriendo constituir una amalgama de géneros que van desde el cine bélico al horror, para sumar drama pasional y la incorporación de zombies, experimentos genéticos, acción y hasta comedia (el comic relief y el bufón presentes), como forma de posicionarse desde otro lugar, desdibujando límites y evitando una lógica narrativa.
Así, si pasamos de la tensa situación en la que el grupo de soldados debe comprender que su misión no será nada fácil, se continúa con una escena digna del mejor cine de la Hammer, el primer George A. Romero, para luego volver sin siquiera recordar lo anterior, a la dura, cruel y sangrienta guerra.
Por estas incongruencias y su necesidad de estimular al espectador como si éste estuviera dentro de un videojuego de guerra, en donde nada tiene sentido y mucho menos una lógica histórica real, Operación Overlord derriba cualquier posibilidad de retomar su fuerza inicial, disuelve premisas con su explicación para millenials -del nazismo, de los juegos con la genética- y simplifica la victoria aliada (con la voladura de una torre), sin hacer otra cosa que subestimar al público al cual se dirige.