Jennifer Lawrence lo hizo de nuevo. Una vez más demostró su debilidad para elegir de tanto en tanto alguna película que no la exija demasiado en términos actorales. Renovó su capacidad por participar de films fácilmente olvidables y efímeros. Tan efímeros como sus diálogos e intervenciones como protagonista de Operación Red Sparrow (2018), su último trabajo. En la película Lawrence interpreta a una pseudo espía de nacionalidad rusa, que poco tiene de espía y mucho menos de rusa.
Dirigida por Francis Lawrence (Los juegos del hambre, 2013) Operación Red Sparrow cuenta la historia de Dominika Egoroba (Jennifer Lawrence), una bailarina de ballet con mucho talento y futuro, pero que por una lesión intencional por parte de uno de sus compañeros de elenco debe retirarse de la actividad para siempre.
Angustiada por las deudas y la enfermedad de su madre, Dominika – que era bailarina de ballet hasta el momento- acepta la oferta laboral de su tío, un alto mando del Servicio Secreto Ruso, y se enlista en una especie de escuela para espías. Allí le enseñan a matar, manipular y seducir para cumplir con sus misiones.
El primer problema es la lánguida y pesada espera. Una historia que se dilata y que, al igual que una sesión de sexo mecánico, frío y sin acción, nunca llega al orgasmo. No hay explosión, sólo algunas escenas de gore, pero sin tensión. No hay nada de la historia que corté el aire. Más de dos horas de amagues y coqueteos.
Por otro lado, Lawrence deambula y lleva sin fuerza a su personaje. No es creíble su posición dentro la historia, rompe el pacto con el espectador en esa truncada mutación de bailarina de ballet a agente secreto. La actriz deja el acento ruso en su casa, y por varios pasajes de la película se le olvida por completo el pequeño detalle de la nacionalidad. Invisible.
Operación Red Sparrow cuenta con una buena fotografía y algunos destellos técnicos, pero no logra excitar. Sin buenas escenas acción, poco gore y con media hora completamente de más. Efímero, como todo últimamente.