Otra topología del descontrol
La ópera prima del londinense Nima Nourizadeh fue Proyecto X (2012). Aquel film era la crónica de los preparativos, la realización y los resultados de una fiesta estudiantil que el director utilizaba como vehículo para estudiar cómo el orden podía mutar, sin que nadie sepa de qué forma, ni por qué, ni muchos menos en qué momento, en el desmadre más absoluto e incontrolable. Por su parte, Max Landis (hijo de John, uno de los realizadores estrella del firmamento de la comedia más subversiva entre los 70 y primera parte de los 80) había estado a cargo del guión de Poder sin límites (2012), primer largometraje de Josh Trank (la reciente Los cuatro fantásticos), centrado en tres jóvenes no del todo populares que deseaban serlo y que, de buenas a primeras, obtenían una serie de superpoderes que ponían al servicio no del bien común sino del revanchismo y, consecuencia directa de lo anterior, de un rompan todo digno de una de Marvel. ¿Qué podía salir de un film dirigido por el primero y guionado por el segundo? Nada muy distinto a lo que Operación Ultra finalmente es: una –otra– topología del descontrol, de lo felizmente exacerbado.Al igual que los protagonistas de Proyecto X y Poder sin límites, los de Operación Ultra son víctimas de los mecanismos de sus rutinas. Y también de otros ajenos a su control y voluntad. Claro que esta parejita parece estar mucho más cómoda consigo que los adolescentes de las anteriores: Mike (Jesse Eisenberg, cada película con un grado de superior neurosis y locuacidad) es un pueblerino un poco lelo y recontra fumón de novio con Phoebe (Kristen Stewart). Ambos tiene trabajos ganapanes, son felices el uno con el otro y no parece importarles nada más. Hasta que a él sí. “¿Yo soy ese árbol que te está deteniendo?”, le pregunta a ella después de que una de sus ataques de pánico les impidiera tomarse unos días de vacaciones en Hawaii. Ella dirá que no, que lo ama, pero la belleza siempre gélida y enigmática de Stewart deja translucir que quizá haya algo en su pasado que convierte a esa sentencia en una frase oportunista antes que en la puesta en palabras de un sentimiento auténtico.Ese pasado vuelve cuando una agente del FBI aparezca por el minimercado regentado por él con un mensaje a priori indescifrable, pero que empezará a tener sentido cuando Mike descubra a dos agentes poniéndole una bomba a su auto y, sin qué el mismo entienda muy bien cómo, termine asesinándolos, a uno de ellos con una cuchara. Porque Mike reparte piñas y patadas con la ductilidad de Jason Bourne. Y también, al igual que el personaje creado por Robert Ludlum, tiene una imposibilidad de recordar cuándo y por qué adquirió esos conocimientos de combate. ¿Quién es verdaderamente? ¿Por qué el Bureau movería cielo y tierra para dar con él? ¿Qué se esconde detrás de su fachada?Ya sin la cámara en mano para crear el efecto de “ficción filmada como documental casero” de sus películas anteriores, Nourizadeh-Landis patentizan las piezas de aquel pasado en un presente violento y con los servicios secretos dispuesto a todo con tal de cazarlo, incluso a destruir la ciudad entera. La desmemoria y el pragmatismo resoluto a la hora de la violencia física del protagonista convierten a Operación Ultra en hija no reconocida de la saga protagonizada por Matt Damon y Jeremy Renner, aunque sin la gravedad ni la preocupación por establecer vínculos con la coyuntura geopolítica. En ese sentido, el film está más cerca de la adaptación del universo de una novela gráfica, sobre todo por su apuesta deliberada y autoconsciente por la estilización de la violencia extrapolada de cualquier contexto y siempre campeada por una dosis creciente de un humor negrísimo. Negrura que llega a su punto culminante en un operístico tiroteo dentro de un supermercado cuyos hectolitros de sangre causarían la envidia de Quentin Tarantino.