Un flagelo que no se va
Las heridas pueden cerrar, pero la cicatriz nunca se va. Operación Zulu, basada en el libro de Caryl Férey, retoma un tema muy sensible y difícil como es el régimen racista del Apartheid. Un film de acción de dos horas que tiene varios detalles que lo hacen muy interesante, tanto en las teorías conspiranoicas que están presentes, como en la concepción de los personajes y el desarrollo de las acciones.
La buena actuación tanto de Forest Whitaker, como (sorprendentemente) de Orlando Bloom, arman dos personajes sólidos, tan opuestos como unidos por sus diversos dramas. El thriller policial se desencadena por la muerte de una joven, hija de una leyenda del rugby, que en un principio parece un asalto seguido de una violación. A medida que los policías empiezan a investigar, entienden que la relación sexual no fue forzada y que los rastros de una novedosa droga los lleva a una organización delictiva de características especiales.
Como crítica social, el film toma una visión típica de los medios de comunicación que los casos de asesinatos de mujeres, blancas y lindas son los que generan la conmoción social, en cambio la desaparición de niños pobres que, paralelamente era advertido a Ali Sokhela (Whitaker) por su madre, fue sistemáticamente ignorado por el detective policial más allá de sus orígenes. Ambas líneas argumentales se fueron vinculando sutilmente y se unen con la historia profunda del país sur-africano.
Ali tuvo un pasado muy sufrido durante el Apartheid. Muchas de las escenas del film se encargaron de presentar su drama personal y de mostrar a la redención y la filosofía de Mandela como el catalizador de su ira. En forma paralela, el sufrimiento de su compañero Brian Epkeen (Bloom) es muy distinto: fiestero, mujeriego y alcohólico, está peleado con su hijo y ex-mujer, y busca recuperarlos constantemente. Ambos se unen en su soledad y sus pesares, funcionan como la típica dupla policial tan opuesta como complementaria que, a pesar que se encuentran pocas veces juntos en pantalla, su unión termina siendo tan simbiótica como simbólica.
La acción y el suspenso no están a cuenta gotas. La trama se toma el tiempo en desarrollar el eje central y entrega las pistas a lo largo de los contrastes sociales y económicos de Ciudad del Cabo, pero cuando la acción empieza lo hace brutalmente y sin piedad. La droga que encuentran tiene un propósito que se vincula con el viejo sisma social de Sudáfrica, con un cuestionamiento del perdón y la filosofía de Mandela, que a pesar de reivindicarla sobre el final, lo hace imperceptiblemente y apta para el debate. Tanta contención, mostró una furia sin piedad, y esa venganza no termina siempre en buen puerto. La escena de la persecución final en el desierto es una genialidad, la anti-acción y la desesperación como contraste con lo que se ve habitualmente en este tipo de films.
Los planes de la conspiración biopolítica fueron un giro algo fantasioso e inesperado, pero interesante. La conclusión es que, si bien no hay tanta sofisticación (todavía) para los planes étnicos y racistas, nada asegura que no pueda aparecer algo así en un futuro.
En definitiva, Operación Zulú toca temas sociales muy profundos y enquistados en una sociedad que parece haber encontrado la paz y hace la catarsis en un policial con toques de ciencia ficción. En estos tiempos de guerra e intolerancia, algo que vale la pena valorar.