Un thriller con historia social
En el comienzo un niño ve cómo su padre, aprisionado por una cubierta de auto, muere consumido por la llamas. Treinta años después ese chico es Ali (Forest Whitaker), un capitán de policía en Johannesburgo que debe resolver el brutal asesinato a golpes de una joven blanca junto a Brian (Orlando Bloom), un detective a sus órdenes. Como cualquier policial, ese primer hecho da paso a las líneas de investigación, pero rápidamente la película muestra que los dos hombres están rotos emocionalmente y que van a pasar varias, muchas cosas horrendas, para que no sólo se solucione el caso sino que se revele cuál es la historia de cada uno. Y lo concreto es que se trata de Sudáfrica y el relato inevitablemente tiene que ver con las secuelas que dejó en esa nación el Apartheid, un sistema de segregación racial que duró hasta los noventa, cuando asumió la presidencia Nelson Mandela.
La miseria, la exclusión y la inaudita violencia que se trasmite desde la pantalla remiten a ese pasado miserable de la nación africana y mientras avanza la historia, dentro de una estructura de thriller, el film se propone y logra con bastante éxito, tocar cada una las heridas abiertas del presente, en tanto se desarrolla la trama, que primero se dirige hacia un crimen sexual, luego hacia el narcotráfico, más adelante muestra la red de complicidades ligada a los residuos del antiguo régimen para desembocar en un perverso plan de limpieza étnica.
La locación es Johannesburgo pero la ciudad es también un personaje, con sus villas miseria, el racismo casi intacto y la ferocidad desatada en las calles, en los bares, en la playa y en los antros de chapa. Cada uno de los lugares es una puerta a un dantesco presente, heredero del infierno del pasado y en ese ámbito van avanzando los protagonistas -Whitaker y Bloom, con una química inesperada-, cada uno con su vida dañada pero dispuestos a hacer lo necesario.
Zulú entonces es una buena película, ambiciosa al intentar anclar un policial con la convulsionada historia de un país y en ese sentido, a la hora de demostrar su hipótesis sobre el estado actual de las cosas, se regodea innecesariamente en la violencia, aunque este error no le resta méritos a la hora del balance final.