Un maldito policial en Sudáfrica
Es difícil dejar de observar las fallas de una película como Operación Zulu, una especie de maqueta preliminar donde todo parecer pender de un hilo. Pongamos a Bloom y Whitaker en Sudáfrica, mostremos algo de rugby y racismo post-apartheid, agreguemos drogas con algunas muertes guarangas, y listo. Un camino que para algunos espectadores será difícil de transitar.
En el film se cuenta la historia de unos policías cuyas vidas son las más jodidas del universo, y que tienen que resolver un crimen violento (una chica asesinada a golpes). La investigación los llevará al mundo de la distribución pormenorizada de drogas, a la vez que se enfrentan con los fantasmas del propio pasado o la propia muerte, cruzándose también con un psicópata perverso que es parte de las huestes de la organización narco, parando de vez en cuando para tomar un café y reflexionar sobre las heridas sociales provocadas por el apartheid. Es que el policial de nuestros días tiene que ser sociológico, oscuramente sexual, escabroso, gore y con final vengativo.
La película de Jérôme Salle está pensada para comprobar la tesis de que el mundo es una garcha, y el enano fascista interior, la solución. Esto no es un problema es sí mismo, de hecho entendemos la necesidad de exagerar la oscuridad como un convención del género negro. Sin embargo, lo que sí es un problema, es la humanidad esquelética que demuestran los personajes. Dejando de lado el espantoso acento impostado de Bloom y Whitaker, o que el personaje de Conrad Kemp está obviamente hecho para que muera aparatosamente sufriendo mucho, Salle realiza para cada uno un trazado psicológico que se mueve entre la obviedad absoluta, y la absoluta falta de sutileza.
Falta de sutileza y pericia que Salle también demuestra a la hora de escribir el guión, que no termina de definir qué clase de historia quiere contar. Extrañamente, y medio a las apuradas, termina siendo un film de transformación y venganza, dejando algunas sub-tramas abandonadas o cerradas a medias. A grandes rasgos empezamos viendo una torpe versión de Pecados capitales (David Fincher, 1995) y terminamos viendo una versión de El vengador anónimo (Michael Winner, 1974) en Sudáfrica con un Whitaker demasiado flaco y determinado a no dejar escapar ni una pizca de carisma.
El policial es para muchos espectadores el vidrio favorito a través del cual observar el mundo. Que fascina, porque se sirve constantemente del suspenso que genera la resolución de un crimen, pero que también se ofrece como una forma de mirar los bajos fondos, ocultos en general para el espectador medio. Es un género sobreexplotado y sobrevalorado, porque muchas veces podemos encontrarnos con exponentes mediocres como Operación Zulu, con su detective imposible encarnado por Bloom. El abuso nunca es recomendable, por eso esperamos que con la llegada al poder de Mauricio Macri se termine el curro del policial negro, a pesar de que alguna vez se haya declarado fanático de la saga Millenium, de Stieg Larsson. Siempre se puede cambiar, para algo somos peronistas…, es decir, argentinos.