De lucha de clases, romance y cadáveres ambulantes.
Si algo nos dejó en claro la primer década del siglo XXI es que lo zombies se volvieron un nicho redituable para el cine, la televisión, los videojuegos, los cómics y cualquier otra industria dispuesta a darle al mercado su cucharada de muertos vivientes, independiente del formato. A seis años del inicio de The Walking Dead (2010) y catorce de la primera película de la saga Resident Evil (2002) -basada casualmente en una famosa serie de videojuegos-, la moda da señales de estar experimentando cierto agotamiento, al menos en este ciclo. Y un poco de todo este declive se hace evidente en Orgullo, Prejuicio y Zombies (Pride and Prejudice and Zombies, 2016).
La película de Burr Steers -un ignoto en este tipo de producciones- esta basada en la exitosísima novela homónima de Seth Graham-Smith, la cual tomó la clásica historia de Jane Austen, Orgullo y Prejuicio, y aprovechanado que se encontraba ya en el dominio público, confeccionó una versión alternativa en la cual una horda de zombies se vuelve otro eje temático dentro de la conocida historia de las cinco hermanas Bennet en la Inglaterra del Siglo XIX.
Pero en esta ficción alternativa, las hermanas Bennet no son únicamente damicelas a la espera de ser esposadas, sino también fieras guerreras entrenadas en las más mortíferas artes marciales para mantener a raya a los no-muertos. El film sigue la trama clásica, eliminando algunas subtramas menos atractivas y concentrandolo todo en Elizabeth, la mayor de las hermanas Bennet, quien se debate entre su debilidad por un zagaz caballero cazador de zombies y su responsabilidad como guardiana de la familia.
En 2009, el mismo año en que la novela se editó, empezaron los planes de una adaptación para la pantalla grande, pero el proyecto pasó por muchos potenciales directores de primer nivel (David O. Russell, Neil Marshall, Matt Reeves, Phil Lord, entre otros), guionistas y muchas potenciales estrellas clase A para el rol de Elizabeth (Natalie Portman, Scarlett Johanson, Anne Hathaway, Emma Stone y Mila Kunis). Pero conforme el tiempo pasó y el presupuesto se achicó, las aspiraciones menguaron y parte de eso se percibe en el producto final y su reparto. Y por cierto, 2016 ya no es un año tan zombie-friendly como en la temporada 2009/2010.
El mayor problema de OPZ es que no termina de ser nada en particular: ni un film de terror, ni un film de aventuras, ni de comedia, ni de drama; sino retazos de esto y aquello diseminado a través de las diferentes secuencias. Quiere ser muchas cosas al mismo tiempo, y no por nada dicen que el que mucho aprieta poco abarca. Matt Smith, mejor conocido como una de las más recientes reencarnaciones de Dr. Who, con su papel de pretendiente de una de las hermanas Bennet, es quien más aporta desde lo cómico, pero promediando la mitad del film se produce un giro demasiado grande hacia lo melodramático del cual no hay retorno, y las secuencias de acción que involucran zombies dan la sensación de ser insertadas exclusivamente para dar un descanso al drama y recordarnos qué vinimos a ver en primera instancia.
Debe ser uno de los pocos casos en que una adaptación no se atreve a ir, por lo menos, tan lejos como el material de origen, el cual en este caso manejaba un humor negro y una violencia gráfica que -más allá de los ribetes fantásicos- por lo menos generaba algo en el lector. Su par cinemetográfico carece de la rebeldía suficiente para salirse de los parámetros, correr el riesgo de hacer algo que resulte horrible o absolutamente brillante, pero que al menos no caiga en la absoluta apatía. Porque hay cosas peores que hacer una mala película, y eso es hacer un producto intrascendente en todo sentido. Prácticamente como estar muerto en vida, pero sin siquiera el aliciente de salir a comer cerebros ocasionalmente.