La normalidad como el peor defecto
Con Abraham Lincoln: cazador de vampiros ya habíamos tenido una adaptación de una novela de Seth Grahame-Smith que apostaba al pastiche entre géneros y temas. En ese caso, la fusión se daba entre la típica estructura del biopic y el subgénero de vampiros, para darle una nueva configuración a la figura de Lincoln, la Guerra Civil y las luchas vinculadas a la esclavitud. Así como ese film no terminaba de fusionar sus diversos elementos con fluidez en un relato realmente atractivo, algo parecido sucede con Orgullo, prejuicio y zombies.
Rara y problemática la historia del proyecto de Orgullo, prejuicio y zombies, que se estuvo gestando durante muchos años, con muchas idas y vueltas: en un momento, iba a ser dirigido por David O. Russell y protagonizado por Natalie Portman -quien se bajó pero permaneció como productora-. Luego circularon muchos nombres para la dirección -Mike Newell, David Slade, Matt Reeves, Jonathan Demme, Neil Marshall, Mike White, Phil Lord y Christopher Miller- y el protagónico -Scarlett Johansson, Anne Hathaway, Emma Stone, Mia Wasikowska, Rooney Mara, Mila Kunis y Blake Lively-, hasta que finalmente se eligió a Burr Steers y Lily James, respectivamente. Teniendo en cuenta el tiempo esperado y a la vez los baches atravesados, el film podía llegar a ser algo realmente muy bueno y original, o directamente un desastre. Visto el resultado final, ni una cosa ni la otra. Lo que se ve es una permanente tensión irresuelta entre la estructura aportada por la novela Orgullo y prejuicio, de la gran Jane Austen, el modelo habitual de los films de época que muchos veces se agrupan bajo el término “qualité” -con la exhibición de vestuario, las locaciones impactantes desde los planos generales y abiertos, la fotografía paisajística, los diálogos finamente calculados y los dilemas sociales de ocasión- y las diversas convenciones del subgénero de zombies -la sangre, las tripas, la construcción de climas opresivos y desestabilizadores, lo paranoico como factor decisivo-.
Durante casi todo el metraje, se percibe un relato atrapado por las propias referencias que se impone a sí mismo: están Elizabeth Bennett (James) y su vínculo de amor-odio con el Sr. Darcy (Sam Riley); el resto de la familia Bennett y sus ansias de escalar socialmente; George Wickham (Jack Huston) y su doble moral; el Sr. Bingley (Douglas Booth), Lady Catherine de Bourgh (Lena Headey), Parson Collins (Matt Smith), con sus respectivos deseos, ambiciones y frustraciones; y las diversas subtramas tan románticas como sociales. Todo está ahí, pero reconvertido en función de un universo donde hasta las mujeres recurren a las artes marciales y las armas filosas para defenderse de los no-muertos. Pero ese cruce no pasa de ser un mero guiño, la fisicidad propuesta por Steers a partir de la novela de Smith no confluye de la forma esperada con el retrato de época que supo armar Austen. De ahí que tengamos los conflictos esperables -más aún si se conoce el material de origen-, sólo que condimentados con algunos pasajes plagados de sangre y tripas. A Orgullo, prejuicio y zombies se le notan demasiado sus parches, su disposición cuasi frankenstiniana, su necesidad de seguir explotando el subgénero de zombies pero dándole una vuelta de tuerca que le aporte una pátina de prestigio. Todo luce demasiado correcto, políticamente correcto incluso, porque estamos ante un film que no se anima a repensar a sus personajes, dándoles nuevos destinos y posibilidades.
Encima Orgullo, prejuicio y zombies llega un tanto a destiempo, cuando todavía pesa el recuerdo de la magnífica versión del 2005 dirigida por Joe Wright y protagonizada por Keira Knightley, que se mostraba capaz de expandir las resonancias del libro de Austen a partir de las herramientas cinematográficas, con una libertad en sus formas -desde los planos secuencia, el montaje, la banda sonora, el trabajo de la luz para componer a los personajes y hasta la puesta en escena de ciertos diálogos clave- de la que el film de Steers carece casi por completo.
Hay una sola secuencia donde Orgullo, prejuicio y zombies parece que va a aportar algo realmente nuevo a partir de lo cinematográfico, donde los diversos desencuentros entre Elizabeth y Darcy terminan por estallar, y el estallido se da a través de golpes, patadas y hasta cuchillazos, con las barreras entre lo masculino y femenino derrumbándose. Son unos minutos donde el film respira libertad y sólo le importa transmitir las tiranteces entre los cuerpos en pugna. Ahí aparecen en toda su dimensión los personajes, expresándose a través de sus acciones y deseos frustrados. Pero eventualmente la pelea llega a su fin y todo vuelve a la normalidad. El peor defecto de Orgullo, prejuicio y zombies es, precisamente, su correcta, correctísima normalidad.