Mi Isla Maciel Pablo César presenta Orillas (2011), su más reciente producción, como la excusa perfecta para crear conciencia sobre una etnia relegada en Argentina; los afro descendientes. Si bien este objetivo se concreta, en el camino se gesta un argumento atractivo y con independencia propia. Con dos historias que terminan confluyendo, la película se divide en dos partes: Una situada en África, la otra, en Sud-América. En la Isla Maciel, Shantas (Leonel Arancibia) se asocia con sus dos amigos (Esteban Díaz y Cristian Gutiérrez) para delinquir en los barrios aledaños. La vida del joven se divide entre su manera de sobrevivir, su relación con una mucama (Dalma Maradona) y sus visitas a Julio (Daniel Valenzuela) un sacerdote que profesa el poder de los dioses Orishás. Del otro lado del océano, en un país de la África subsahariana, Babárímisá (Ilias Akala) agoniza por una extraña enfermedad que afecta al corazón. Su madre, Morenike (Carole Lokossou) recorrerá kilómetros de desierto para proporcionarle a su hijo una curación efectiva. Muchos de los recursos narrativos utilizados por los realizadores (Jerónimo Toubes está a cargo del guión) ya figuran en otras cintas. Los prejuicios y las presunciones desacertadas que desembocan en tragedias ya han sido tratados con maestría insuperable por Alfred Hitchcock en Los 39 escalones (The 39 Steps, 1935) o por Clint Eastwood en Río Místico (Mistic River, 2003). La temática marginal remite siempre a Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002), la violación a Irreversible (Irrevérsible, 2002) y de hecho el personaje de Carole Lokossou llevando en brazos a su hijo podría ser interpretada como una versión con más apego sentimental de Franco Nero en Django (1966), arrastrando un ataúd durante toda la película. Hay que aclarar que, independientemente de lo antes expuesto, Orillas funciona. ¿Por qué? Existe una explicación y consiste en la convivencia de tres elementos. Para comenzar, un porcentaje significativo del film transcurre en África, en una aldea del estado de Benín en donde ni los artificios de la civilización ni la dinámica cotidiana del occidente terminan por asentarse de manera definitiva. ¿Pero acaso la cultura africana no ha sido retratada por otros cineastas? Sí, pero nunca de manera tan intimista, nunca con tanta eficacia por un argentino y nunca con un trayecto poco pretencioso, no demasiado “golpebajero” y reconfortantemente lineal. Porque la predictibilidad en las reacciones ambientales no siempre es negativa. A veces, este es un caso, contribuye a la amenidad narrativa, ayuda al espectador a disminuir la intensidad de los engranajes psíquicos que activan el razonamiento deductivo y posibilita uno de los goces más sinceros; aquel que se experimenta cuando la conciencia se sumerge sin resistencia en la trama y comienza a disfrutar genuinamente del viaje fílmico. El segundo elemento es la inclusión de prácticas religiosas poco familiares en una atmósfera enigmática. Tres de los protagonistas del segmento de la película que se desarrolla en Argentina profesan la religión de Umbanda. Como consecuencia, los personajes padecen reflejos místicos y llevan a cabo todo tipo de rituales y sacrificios. Esto tampoco es nuevo, Wes Craven adentró en los cultos religiosos con más profundidad en La Serpiente y el Arcoíris (The Serpent and the Rainbow, 1988). Pero en este caso existe una diferencia digna de subrayar; el argumento entero de la película del director estadounidense transcurría en Haití, tierra desconocida por el protagonista. Con este trasfondo, la adición a cultos religiosos puede percibirse como un aspecto más en el estrambótico manto que envuelve a las culturas desconocidas. En el caso de Orillas, y porque siempre es mejor contextualizar las cosas, este componente habita de manera disonante, atractivamente impropia junto a la mundanidad genérica del ser humano marginal. Como todo transcurre en Buenos Aires, el espectador convive con la noción intestina de que todo sucede bajo sus narices. Para concluir, el tercer elemento consta también de una reivindicación merecida. A Daniel Valenzuela, eterno actor secundario que no necesita más para demostrar su talento y que enaltece cada uno de los proyectos en los que participa con su sola presencia (recientemente también en Desbordar, como un enfermero perverso). Orillas es un producto con detalles admirables. Algunos descuidos, sí, pero nada que no pueda ser obviado mientras se concentra en la multiplicidad de personajes y sus ricas – y bizarras – experiencias.
Denuncia y religión Un fallido drama de Pablo César protagonizado por Dalma Maradona. El sitio concreto donde comprobar la forma en que el cine de Pablo César se convierte en caricatura de sí mismo, en Orillas , es la actuación de Dalma Maradona. Su personaje, una empleada doméstica a la que una serie de hechos desafortunados la llevan a ser víctima de una violación (la idea mística del destino está remarcada a crayón), acaba, precisamente, de ser violado. Durante el resto del filme, caminará como un zombie de pelo pajoso, penitente. Lo zombie y atrofiado de ese andar, contrapuesto con la naturalidad ”wachiturra” de Leonel Arancibia es el perfecto contraste entre las virtudes –poquísimas- y los defectos –intercontinentales- del filme. La historia va mostrando paralelamente una serie de cruces que finalizan en tragedia en ese mundo villero de Isla Maciel y la enfermedad terminal de un joven en Africa. César oprime la naturalidad de Arancibia y su pandilla: la convierte en una maqueta antes que en cine: todo parece armado, sin vida, zombie. Y cuando plantea la distancia de clases sociales se pone Teletubbie: niños de clase alta que toman “merca” (lo dicen como Batman dice batimóvil ) y no saben cuánto sale el boleto de tren. El melodrama, mezclado con las imágenes religiosas y la denuncia, adquiere su peor forma. César, en su capacidad de asfixiar cualquier potencial del plano, genera la misma sensación de limbo tanto acá como en Africa.
Historias de geografía paralela El guión no es claro, especialmente en la narración que compete a nuestro país, sí lo es en la historia africana por ser, quizás, más sencilla en su estructura. Un grupo de chicos de un sector marginal en isla Maciel, de vida violenta, con pequeños robos, cierto desprecio por la muerte y la permanente demanda de droga. Uno de ellos profesa el rito umbanda. Otro grupo de adolescentes se cruza, pertenecen a otro sector social. Así unos asaltando, otros siendo asaltados, pero con un denominador común, tanto un sector adolescente, como el otro consumen drogas. En otro ámbito, un médico atiende al grupo y trabaja para una Fundación religiosa de sospechosas actividades. Mientras tanto la acción se desplaza a un lugar de Africa en las afueras de Cotonou, República de Benin. Allí una madre y su hijo viven una tragedia. Son pobres y el chico está enfermo del corazón. Ella decide recurrir al mundo de los orishas para salvarlo. Recurre a intermediarios que organizarán ceremonias de iniciación para salvar al chico. ESCENARIOS EXOTICOS Pablo César ("Fuego Gris", "Afrodita") es un realizador que se ha caracterizado, especialmente por desarrollar sus proyectos cinematográficos en locaciones exóticas de culturas diferentes, con cierta inclinación por transmitir ritmos musicales de la región. Este ha sido el caso de La India en el caso de "Unicornio", Túnez en "Equinoccio". En este caso, el lugar de filmación es la República de Benin, Africa y la isla Maciel de Argentina. Hay un desnivel marcado en las historias. Llamativamente la que transcurre en la Argentina, exhibe cierta falta de fluidez dramática y de verosimilitud (relación de la chica y su pareja, aparición de personajes como el "sacerdote umbanda" y los integrantes de la Fundación). Hay un buen registro del habla de los chicos de la Villa, es correcto el diseño de producción que incluye una ceremonia yoruba y el apoyo musical incluye canciones africanas y la participación de Los „eris del Docke. El guión no es claro, especialmente en la narración que compete a nuestro país, sí lo es en la historia africana por ser, quizás, más sencilla en su estructura.
Partamos de una premisa: No se puede argumentar sobre lo que no se conoce. Dentro del material de prensa y en los créditos de Orillas, hay una frase que dice “Se calcula que hay mas de dos millones de afrodescendientes”...
Esta historia se encuentra filmada en la Isla Maciel y en la República de Benín en África, la misma estuvo seleccionada para participar de la Competencia Oficial de la Edición 2011 del New York International Latino Film Festival. El director va relatando dos historias paralelas, una en África y otra en Argentina, ambas se van entremezclando; transcurre principalmente en la isla Maciel, ubicada frente a La Boca sobre el Riachuelo, un lugar colorido, que refleja un mundo sellado por la violencia y la desigualdad social. En las afueras de Cotonou, República de Benín, Oeste africano, viven Morenike (Carole Lokossou) y Babárímisá (Ilias Akala) este es un adolescente de unos quince años sufre de una extraña enfermedad del corazón; ellos pertenecen a una comunidad Yoruba, visitan con regularidad un hospital el cual carece de recursos, las posibilidades que tiene de sobrevivir son mínimas. Los espectadores sabemos que el continente africano tiene el índice de mortalidad infantil más alto del planeta, y en este caso Babárímisá es uno más; la madre como cualquier madre hace lo imposible para salvar a su hijo, por eso viaja hasta la casa de Irawo, una sacerdotisa Yoruba, para invocar los dioses Orishas. Por otra parte en la Isla Maciel, en Buenos Aires, vemos personajes como: Shantas (Leonel Arancibia) un joven delincuente, que vive en una casa de chapa en Villa Tranquila, (que es uno de los asentamientos marginales más extensos de la Argentina), este junto a sus amigos Víctor y Joni, (Esteban Díaz y Cristian Gutiérrez) sobrevive robando pequeños comercios. En el transcurso de la historia sabremos mas de Shantas, que esta de novio con Lisa (Dalma Maradona), no es un simple ladrón porque Julio (Daniel Valenzuela), el sacerdote Umbanda del barrio que profesa el poder de los dioses Orishás entre los jóvenes; Shantas tiene su pasado vinculado a África, su piel es mestiza, se interesa por el Umbandismo y se ve un ser invencible e inmortal. A través de los datos que nos dan algunos personajes y en especial el de Javier Lombardo (interpreta al Dr. Nuñez), las costumbres africanistas que llegaron al continente americano junto con los esclavos estos practican sus rituales hasta hoy en día. Si obsérvanos lo que dejo el artista Benito Quinquela Martin cuando redibujó La Boca le dio colores fuertes, inspirado en la gente del lugar y en la cultura Yoruba que le da lugar a la religión Umbanda; también nos dejaron: Merengue, milonga, mota, arroró, chimango, chirimbolo, chongo, chango, shangó y algo de vocabulario. Los espectadores verán dos historias de ficción que están fuertemente unidas, estos mundos distintos en apariencia que luego se encuentran; como fue hace millones de años América y África fueron alguna vez un único continente, hoy se encuentran distanciados por un gigantesco océano pero sus orillas vuelven a unirse por estos dos seres especiales. La historia pretende que tomemos conciencia, que en los colegios comienzan a contarles a los alumnos cómo vivían los negros esclavos, cuáles eran sus tradiciones, sus costumbres y que heredamos de ellos. Si hacemos un poco de historia en 1840 Buenos Aires tenía una parte de su población compuesta por negros, estos no contaban con muchos derechos, y fueron desapareciendo a causa de la guerra del Paraguay y luego en 1871 con el brote de fiebre amarilla en la ciudad; deberíamos buscar información que paso en la etapa cuando estuvieron Sarmiento y Mitre. El film tiene algunos problemas de montaje, personajes poco explotados, sin matices, al igual que situaciones, secuencias muy largas y le falta la utilización de algunos planos para darle mayor agilidad; protagonizada por los argentinos Javier Lombardo, Leonel Arancibia, Dalma Maradona, Nicolás Condito y Daniel Valenzuela, y los africanos Carole Lokossou, Ilias Akala y Eliane Chagas.