Tortas de cumpleaños y pelopinchos. Manos que trabajan y voces que narran. Rostros de personas que no vemos pero imaginamos dolidas, aunque contenidas, llagadas por el tiempo y el llanto. ORIONE se acerca a un tipo de historia que el cine documental nacional viene tratando bastante en los últimos años –casos policiales, familias rotas, gatillo fácil– pero lo hace de una manera inusual, propias de una cineasta que proviene del cine más experimental y las artes visuales. ORIONE se centra en la vida de Alejandro Robles, un pibe que se volvió delincuente y sufrió las consecuencias de su elección.
Dentro de un género acostumbrado a las “cabezas parlantes” y a los casos controvertidos, la película de Orione es original en ambos aspectos. Más allá de un solo personaje, nadie habla a cámara en ORIONE. La principal voz, la que relata la historia, la protagonista del filme, es la madre de Ale, de la que vemos casi siempre sus manos, preparando con cuidado, dedicación y sabiduría de experta una torta de cumpleaños para su nieto. Es ella la que va contando lo que fue pasando con Ale, desde que era un chico un tanto rebelde en la secundaria hasta que entró a participar en bandas que robaban y hacían secuestros extorsivos al paso en el Sur del Gran Buenos Aires.
Ya se enterarán de los detalles viendo el filme, pero lo llamativo de ORIONE es su elección por un tono descriptivo ajeno a la catarsis o a la lucha por una injusticia. Claro que hay factores (y personas, delatores, policías encubiertos, transas) que llevaron a Alejandro a vivir en una peligrosa zona delictiva, pero el filme no pone el acento allí ni intenta buscar culpables. Narra una vida que fue entrando en un callejón de difícil salida a partir de videos familiares de tiempos felices, imágenes televisivas, descripción de ambientes y el testimonio de una madre que no pudo hacer nada por evitar la “caída en desgracia” de su hijo.
Si bien el carácter descriptivo del documental apunta más que nada a mostrar una suerte de cotidianeidad barrial en la que la vida de Ale se fue desarrollando (vacaciones, fiestas, encuentros familiares) y utiliza un sonido angustiante casi de filme experimental, ORIONE encuentra zonas curiosas donde la emoción se hace sentir, especialmente a partir de una carta (o email) tipeado en la pantalla en el que Ale parece despedirse de su madre a sabiendas que lo van a matar y le pide que cuide a su familia. Acaso esas diez o doce líneas de texto (o las manos de su madre poniendo los toques finales a la torta que le está haciendo a su nieto) digan mucho más sobre esta situación que decenas de otras películas que priorizan el análisis sociológico y utilizan la experiencia personal del mismo modo casual (para probar una idea sobre la “inseguridad” o la “violencia social”) que lo hace un noticiero televisivo, aunque con un punto de vista opuesto.
Acá no hay juicios de valor sobre el accionar de nadie. En ese sentido, Ale tal vez no sea una “causa”, pero fue una persona que no supo (o no pudo, o no quiso) mantenerse dentro de los límites de la legalidad. Pagó las consecuencias y hoy está presente en una madre, un hijo, una familia, un barrio. Y en una película.