Hay que celebrar el estreno de esta rara avis, un excelente film colombiano sobre la violencia en ese país, que tiene la peculiaridad de carecer de diálogos. Que no son necesarios, dada la elocuencia de la imagen y el relato que ella conlleva.
En la selva colombiana, en plena lucha armada entre bandos nunca identificados, se desarrolla la historia de tres mujeres que viven paralelas situaciones de abuso y violencia, y salen al camino en busca de algo mejor. Una ha perdido a su hombre y su familia, chupados por no sabemos quiénes, grupos armados que destruyen a su paso, y deja su hogar devastado. Otra es esclava sexual de uniformados que la tratan como objeto de uso y descarte. La tercera, una luchadora, soldado de la resistencia, también sometida al abuso masculino.
En montaje paralelo, las tres historias avanzan a medida que las mujeres se trasladan por la selva en su intento por huir del infierno que cada una vive. La ausencia de diálogos permite cierta amplitud de interpretaciones, la imagen es por demás sugerente del conflicto básico, y es una medida inteligente evitar lo anecdótico, el detalle particular. Así el drama queda reducido a su esencia: la violencia masculina en su forma más animal, que no conoce nacionalidades, ni grupos partidarios, ni fechas determinadas. La violencia en varias de sus formas, pero igualmente destructiva. O el oscuro animal puede ser la guerra misma, que degrada al hombre predador hasta sus instintos más básicos. O también, es la fiereza que poseen esas mujeres que no se doblegan, no se entregan. Las tres mujeres tienen personalidades firmes pero anónimas, constituyen arquetipos, sin caer en el estereotipo ni en la idealización romántica, luchan por su supervivencia y son ellas –las mujeres- las únicas que tienen algún gesto de solidaridad, de comprensión, incluso de ternura en ese deambular trágico. Pero carecen de voz, y su única salvación, la única puerta para recuperar su dignidad, para intentar recomponerse, parece la huida.
Una vez más, es admirable la fotografía del argentino Fernando Lockett. Frente a esa naturaleza agreste y agresiva, la selva como zona de peligro y amenaza permanente. Sabe captar lo esencial de cada toma, la expresión de las mujeres, en planos medios y panorámicos. No menos capital es el uso de la música, con distintos ritmos tropicales que sirven para identificar a cada grupo humano.
La primera escena es impecable, esa obertura plasma en pocos minutos toda la tragedia que se vive y la que vendrá en consecuencia. También es valioso que no se identifique los bandos, posibilitando que la violencia se expanda a cualquiera, poniendo el acento en sus consecuencias. La propuesta de Felipe Guerrero parece actuar como contrapeso de la actual tendencia al diálogo permanente, a la velocidad de las escenas. Su ritmo es acorde con el avance de las mujeres, desde la presentación hasta su llegada a la ciudad. Si bien algunos planos de prolongan más de lo conveniente, y el film se extiende un poco más allá de lo óptimo.
La selva era un infierno, pero la ciudad no lo será menos.