La selva enlutada.
En casi 107 minutos no hay ni una sola palabra o diálogo para esta ópera prima de amplio recorrido por Festivales incluido el de Mar del Plata. No sólo eso alcanza sino que enfatiza el carácter simbólico y minimalista de Oscuro animal, un film contundente protagonizado por la violencia y las consecuencias de los actos violentos en las víctimas. Es el silencio de la perplejidad frente a la pérdida; es el silencio que hace presente la ausencia pero también que trae el luto desde el cine y sus modos de representación.
Tres mujeres errantes, en cuyos rostros se transmite todo tipo de herida que deja la guerra, comparten la fuga desde la hostilidad de la selva y los hombres hasta el bullicio de la ciudad como único refugio frente a tanto horror. Lo salvaje en perfecta armonía con la naturaleza selvática estalla con una atmósfera sonora en primer plano. Son los ruidos extraños los que narran el contraste de la imagen y el plano contemplativo para generar el clima opresivo y asfixiante en Oscuro animal, título sugerente para varias lecturas.
El director Felipe Guerrero (Paraíso, 2006) construye este relato de luto y silencio despojado de todo maniqueísmo y maneja la ambiguedad entre los bandos enfrentados porque el foco de su debut en la ficción está en las víctimas de la guerra y no en sus ejecutores. En algún sentido, al vaciar de significado la idea de la guerrilla como resistencia a un sistema y a la vez la idea de orden para sofocar los intentos subversivos se abre la dimensión simbólica y sensible en el trazado de imágenes que acompañan este viaje de dolor de cada una de las mujeres involucradas.
Hay momentos de una contundencia asombrosa y una síntesis dialéctica que obliga al espectador a reflexionar y comprometerse con la mirada en su doble rol de testigo, pero también de espectador no pasivo porque las fibras emocionales se tensan con sutileza e inteligencia.
El plano de una niña sentada entre dos cuerpos sin vida, tal vez sus padres, no expresan otra cosa que la orfandad y el desamparo de cara al futuro. Seguido a ese vacío en el orden emocional el peregrinaje de aquella mujer que la recoge sin conocerla y que en definitiva la puede salvar al hacerse cargo de la carga.
El director colombiano de experiencia en el montaje aplica su habilidad en el hilvanado audiovisual que representa su derrotero, a veces con precisión quirúrgica en el armado del plano y otras con un sentido agudo de la observación para dejar que las imágenes completen el sentido metafórico implícito.
Otro punto a destacar es la dirección de actores, economía gestual por sobre todas las cosas aunque la expresividad del rostro y el cuerpo dicen mucho más a lo largo de los 106 minutos en los que sólo se escucha la voz de los que no tienen voz.