Austero pero fuerte retrato de la sumisión
Una mujer aparece en un claro del monte. Viene de lavar ropa en el río y, de pronto, se queda largo rato petrificada. Cuando vuelve a andar advertimos que su choza está revuelta, y no hay más nadie. Otra mujer pasa todo el tiempo trabajando para un hombre mal uniformado que la destrata. Y una más, que usa buen uniforme, es humillada hasta las lágrimas por un superior aburrido que la toma de pasatiempo privado.
Cada una de ellas escapará de su desgracia, y del riesgo de desgracias peores, cruzando tierras inhóspitas hasta llegar a una ciudad donde quizá se sientan a salvo y puedan, tal vez, rehacer su vida.
Esa es la trama, contada prácticamente sin palabras. Solo se oye el canto indiferente de los pájaros, las voces confusas, también indiferentes, de los hombres, los ruidos ocasionales de las armas, de cuerpos crepitando, según parece, o algún vehículo. Simbólicamente, ellas no tienen voz. Mejor dicho, no podemos escucharlas. Pero podemos ver la expresión de sus rostros (las actrices son notables) y lo que representan, víctimas del despojo, los abusos, la pérdida de muchas cosas que hacen que alguien se sienta un ser humano. El título de la obra, "Oscuro animal", sugiere más de una interpretación. Los hechos también se sugieren.
El autor, Felipe Herrero, no se pone de ningún lado. No hace discurso alguno sobre las causas y los causantes de los males. Solo deja a la vista un puñado de consecuencias. Para ello (y esto puede ser criticable) emplea un estilo minimalista que estira los tiempos y provoca en parte la sensación de artificio. Pero cuánta realidad queda frente a nuestros ojos, para hacernos pensar. Acaso un relato convencional hubiera sido más insoportable.
La obra es colombiana, coproducida por varios países, empezando por la Argentina, de la que participan Gema Juárez Allen, productora, Fernando Lockett, director de fotografía, Eliane Katz, montajista, Roberta Ainstein, diseñadora de sonido, Diego Mendizábal, foquista, y otros técnicos. Valioso aporte.