Si alguien tiene a su disposición un título como Cocaine Bear, ¿por qué desperdiciar la oportunidad de traducirlo como Oso Vicioso, tal como hicieron en España? ¿O directamente, por el más literal Cocainoso? ¿O el más metafórico Sartenoso? ¿Por qué no Pablo EscoBear? Cualquier opción parece mejor que Oso intoxicado, que exhibe una chatura que puede hacer creer a los potenciales espectadores que se trata de una película para ser tomada en serio. En los Estados Unidos, la idea delirante a la que alude el título original –y la contundencia cómica de su formulación– generó una expectativa y una viralización en redes que redundó en muy buenos resultados de taquilla.
Insólitamente, se trata de un film “basado en hechos reales” como, por ejemplo, Masacre en Texas o El horror de Amityville. Aparentemente, a mediados de los años 80, un cargamento de cocaína fue arrojado por traficantes desde un avión sobre un bosque de Tennessee y terminó consumido por un oso, probablemente ingerido, dado que es improbable que el oso dispusiera de tarjetas de crédito u otros implementos para dar cuenta del polvo de otra manera. El oso murió envenenado y su cadáver fue exhibido en un centro comercial de Kentucky. Quizás ni hizo falta embalsamarlo.
La película se queda con el concepto central de esta historia: cocaína-cae-del-cielo-y-oso-consume-cantidad-desesperante-de-dicha-sustancia. En el film, el efecto final no es su muerte, sino que la droga le da una ferocidad, una velocidad y una fuerza nunca antes vistas en la especie. Este oso adicto la lame, la come, la esnifa y, en una escena no exenta de poesía, se baña en una nube blanca de alcaloide, para inmediatamente matar a todo aquel que se interponga en su camino. La película abre múltiples líneas narrativas encabezadas por personajes que van confluyendo en las fauces del animal: una enfermera (Keri Russell) que pierde a su hija (Brooklynn Prince) en el bosque donde habita el oso; dos narcos (Alden Ehrenreich y O Shea Jackson Jr.) al servicio de un gánster (Ray Liotta, en su último papel) que rastrean el cargamento de droga; una pareja de guardabosques que ayuda en la búsqueda de la niña; un grupo de delincuentes menores que quedan involuntariamente envueltos con los narcos, y los dos policías que los investigan.
El problema de las películas llamadas high concept –las que pueden ser explicadas en una exposición no más larga que un tuit–, suele ser que una vez que se presenta en la pantalla el “concepto”, el único lugar que les queda para dirigirse es hacia abajo. Tal como en Snakes on Plane o Sharknado, aquí el chiste se agota rápido, ¿cuántas veces puede ser gracioso un oso aspirando de un ladrillo de cocaína si el espectador no está haciendo lo mismo? Contra lo que puede imaginarse, este film (dirigido eficazmente por la también actriz Elizabeth Banks) no es una película barata para hacer dinero rápido sino que cuenta con un presupuesto considerable, una producción competente y un elenco mucho mejor del que es razonable esperar para una historia de este calibre. Sin embargo, estos mismos valores la ponen en una tierra de nadie: no pertenece a la categoría “tan mala que es buena”, no es un film bizarro, no es un thriller de terror porque el absurdo generalizado anula el susto, ni es tan graciosa como para ser plenamente una comedia, aunque estos dos últimos géneros son los que persigue sin alcanzar ninguno.
Sin embargo, al menos en los Estados Unidos, conquistó a un sector del público y ya se habla de una secuela en la que, acaso, veamos el agravamiento de la adicción del oso y se llame Crack Bear. Aunque aquí, inevitablemente, llegará traducida como El oso es un campeón.