No todo lo que se ve en Oso intoxicado (Cocaine Bear, el título original por el que tanto bregó que se mantuviera su directora, la también actriz Elizabeth Banks) es literalmente lo que sucedió, pero casi. Producida por Phil Lord y Christopher Miller (de las películas animadas de Lego; Spider-Man: Un nuevo universo), primero vayamos a los hechos.
Si vieron la última entrega de los Oscar, bueno, allí se hacía mención (y se veía al oso) a la película. Tanta conmoción concitó tras su estreno en los Estados Unidos.
Por 1985, Andrew C. Thornton II, un expolicía de narcóticos y contrabandista de drogas relacionado con la mafia colombiana, arrojó bolsos con paquetes de cocaína en un bosque. Lo hizo para liberar el peso. Luego se lanzó en paracaídas, pero el mismo no se abrió. Así, casi 80 kilogramos de cocaína quedaron perdidos en el bosque.
Es cierto: lo muestra la misma película con imágenes de archivo.
Muerto y rodeado de 40 bolsas de cocaína
El oso del título -que es una osa, como lo va a graficar en palabras uno de los coprotagonistas de la ficción-, murió. Lo encontraron tres meses después en el norte de Georgia, rodeado de 40 bolsas de plástico de cocaína abiertas.
¿Más datos? El cadáver fue disecado y fue exhibido en el Kentucky Fun Mall.
En la ficción de esta alocada, desquiciada comedia de horror, los humanos que llegan a ese bosque son muchos y de distintos orígenes. Hay una pareja de turistas, una niña y un compañerito de escuela que en vez de ir a clases se escapan para “colorear” unos saltos de agua, la madre de la niña (Keri Russell), y están quienes eran compañeros del piloto fallecido, desesperados por encontrar el cargamento, no solo para recuperar el dinero, sino por terror a los narcos colombianos.
Entre ellos está Syd, interpretado por Ray Liotta, fallecido en mayo del año pasado, en una de sus muchas últimas intervenciones en cine que ha dejado póstumamente.
También está el hijo de Syd, Eddie (Alden Ehrenreich, de Han Solo: Una historia de Star Wars), otro narcotraficante, un policía que llega tras la pista, y un par de guardabosques.
Y hablábamos de desquicio. Los encuentros que el oso negro tiene con los personajes mencionados bordean la parodia. La conjunción de los géneros de comedia y de horror se emparentan con gags que van desde distintos desmembramientos, consumo de cocaína por parte del animal -y hasta de los niños, lo que no resultaría tan gracioso- y situaciones no menos grotescas.
No podemos hablar de ritmo desparejo, porque todo está contado a los piques, después del accidente de la avioneta y una vez que los niños llegan al bosque.
No, no es fino el humor de Oso intoxicado, que tendrá seguramente como espectadores a muchos adictos al horror.