Bien lejos de las resonancias del drama, Otra madre elige seguir de cerca a una familia en crisis atendiendo a los ecos casi inaudibles que generan las tareas cotidianas. El director Mariano Luque, ahora secundado en distintos rubros por Iván Fund y Eduardo Crespo, hace un relevamiento microscópico de la vida secreta de los personajes. La película establece enseguida, en apenas unos planos, un profundo clima de intimidad. El dispositivo de Luque le permite trabajar con la fisicidad de los actores y la materialidad del entorno: los gestos, las rutinas (como tomar mate y comer galletitas), los objetos que llenan las casas, todo parece cargado de una historia que excede a la película, como si el tiempo de las cosas se colara imprevistamente en las imágenes y las invistiera con su espesor. Las actuaciones son orgánicas y conmovedoras, los protagonistas (en especial los chicos) interactúan entre ellos y con lo que los rodea con una naturalidad extraordinaria. Pero no es la búsqueda de quién sabe qué autenticidad lo que desvela a la película, sino la posibilidad de rasgar la trama del relato y ver qué clase de micromundos que escapan al ojo rutinario del cine pueden encontrarse ahí.