Un retrato del universo femenino, a partir de una familia de mujeres que buscan su destino, construye Mariano Luque en Otra madre.
Mabi (Mara Santucho) se ha separado y vuelve a vivir con su hija pequeña (toda una revelación Julieta Niztzschmamn) a la casa de su madre en las Sierras Chicas cordobesas, donde además habitan una hermana adolescente y una abuela postrada. Necesita de cualquier trabajo que le ofrezcan para juntar dinero y, además de instructora de natación, es empleada de una tía, Pini (Eva Bianco), con cuya hija se lleva mucho mejor que la propia madre.
Mujeres solas, de todas las edades, haciendo frente a la cotidianeidad de nuestros días. Mujeres que soñaron cuando chicas un futuro, si no un poco mejor, por lo menos diferente al presente que transitan.
Mariano Luque (Salsipuedes) opera en Otra madre desde la sustracción: en la puesta, en las actuaciones, en el relato mismo. Pero a veces es tanto lo que se quita que se termina por complicar la comprensión sobre los vínculos de las protagonistas. Y no hace falta, porque saber qué son entre sí no les quita ningún rasgo de universalidad y basarlo sólo en los parecidos físicos es quizá innecesaria sutileza. Es evidente que en este mundo eminentemente femenino (los hombres apenas aparecen) todas actúan como espejo proyectante de lo que pueden llegar a ser o reflejante de lo que son. Cumpliendo mandatos sociales o familiares sin elección.
Y sobre la forma es que el director trabaja con precisión y detalle: fragmentando los cuerpos, filmando conversaciones que niegan el rostro de uno de los participantes, procurando primeros planos que desnudan los sentimientos que atraviesan a esos personajes, dejando la cámara fija en lugares que captan acciones mientras los diálogos en off portan información de otro tipo.
Hay momentos en que las escenas con un registro de actuación que se apoya en la naturalidad y la improvisación (Mabi y la pequeña) chocan con otros que desde la puesta y el guion remarcan su artificio (Pini y la clienta en el bingo) o estiran su duración para darle más tiempo a una canción que remarca lo que ya se entiende a partir de las imágenes (Mabi en un boliche con un hombre).
La fragmentación y la sucesión de secuencias de la rutina diaria sin embargo son la forma de entender las dislocaciones propias de las protagonistas en tensión permanente con lo que viven y lo que quisieran vivir: aunque no se entregan jamás, arrastran el pesar algunas, en esos ojos llenos de una esperanza que parece irse apagando, mientras otras procuran romper los modelos asignados y repetidos para darse una oportunidad.