What a life, what a night
What a beautiful, beautiful ride
Don’t know where I’m in five but I’m young and alive
Fuck what they are saying, what a life
Incluida en la Selección Oficial de Cannes 2020 y estrenada en el Festival de Toronto, la más reciente colaboración de Thomas Vinterberg y Mads Mikkelsen retrata el ascenso y la caída de cuatro hombres, profesores de un mismo colegio y víctimas voluntarias de la ingesta, primero medida y luego desmesurada, de alcohol. En la crisis de mediana edad de este grupo de amigos a los que la vida obligó a crecer, el cineasta danés halla el escenario ideal para elaborar una reflexión sobre las adicciones que resulta tan trágica y angustiante como cómica y entretenida, y que sorprende, además, por su voluntad de rehuir de la unilateralidad y mostrar al alcoholismo no sólo desde su innegable lado oscuro, sino también desde las insólitas alegrías y desinhibiciones que conducen hacia él.
Todo comienza cuando, en una cena, uno de los amigos recuerda la teoría de un filósofo noruego de que el ser humano posee una deficiencia de alcohol en sangre de exactamente un 0,05% o “una o dos copas de vino”. Previsiblemente, el profesor de Historia encarnado por Mikkelsen es el primero en jugar con la idea de comprobar la hipótesis y, como espectador, uno difícilmente puede culparlo: hasta ese entonces, lo vimos dar clases cual sonámbulo, intentar comunicarse con su esposa e hijos sin éxito y hasta ser acorralado por un grupo de padres preocupados por la educación de los suyos. Dicho sea de paso, en estas escenas introductorias, la cámara de Vinterberg y el rostro de Mikkelsen forjan una alianza que probará ser vital para el resto del film: los encuadres del primero dicen tanto o más que las expresiones del segundo, potenciando así su mutua labor, tal como había ocurrido en La cacería, su primer y memorable trabajo conjunto. La escena en la que el punto de inflexión toma lugar es un claro ejemplo de ello: luego de ver, en un plano detalle casi publicitario, unas copas de cristal llenándose con un vodka añejo, los ojos de Mads se iluminan, el encuadre se cierra sobre ellos, una acertada abstracción sonora acontece y, de repente, la decisión del personaje se explicita sin que nadie diga ni una palabra, con un clasicismo y una elocuencia narrativa notables.
Pronto, el resto del cuarteto se suma al “experimento científico” del protagonista y, limitándose a tomar sólo en horario laboral (“Prohibido beber después de las ocho, como Hemingway”), se empeñan en comprobar si el alcohol verdaderamente incrementa su “performance social y profesional”. Tras unos primeros resultados alentadores, deciden incrementar la dosis; sorprendentemente, los efectos continúan siendo positivos: el protagonista rejuvenece, recupera su vida sexual, conecta con su familia y todos logran lucirse laboralmente. No obstante, obnubilados por el éxito y decididos a descubrir su límite, los cuatro Ícaros pisan el acelerador en la autopista del alcoholismo y los “inmensos efectos negativos” no tardan en aparecer; encima, como la resaca, llegan para quedarse.
La construcción del verosímil es, indudablemente, uno de los puntos más álgidos del film. Como tal, es llevada a cabo desde un lugar de autoconciencia (los propios personajes reconocen y verbalizan los peligros de su accionar), descansa sobre los hombros de un elenco iluminado (Thomas Bo Larsen también vuelve a destacarse bajo la dirección de Vinterberg), se ve reforzada por elementos extradiegéticos (el simpático montaje de los políticos) y, por último, se sostiene gracias a un admirable manejo de los tonos. En Another Round, la comedia, el suspenso y el drama se entrecruzan una y otra vez sin jamás implicar un radical cambio de registro: el risible patetismo de los borrachos, la tensión que emerge ante la posibilidad de que sean descubiertos y el hecho de que todo ocurra ante los ojos de sus seres queridos, e influenciables alumnos, no sólo conviven armónicamente en el relato, sino que además contribuyen a su buscada incomodidad. Es a través de esta última que Vinterberg nos permite tomar distancia y empezar a soltarle la mano de los personajes, a dejar de sonreír con sus excesos y a preocuparnos cuando la empatía que sentimos por ellos deviene en pena.
Por lo visto, más de uno ha salido a criticar a Another Round por su retrato del alcoholismo. De hecho, varios hasta han llegado a catalogarla de “apología del alcohol”. Personalmente, difiero de tal acusación en tanto que la película ofrece un retrato bastante acabado de la adicción, planteando las dos caras de la moneda, siendo inclemente cuando lo requiere (el destino trágico de uno de los personajes), pero también festiva y libre cada vez que puede. Por otro lado, Another Round hasta incluye una crítica social en torno al consumo etílico en su tierra natal: la esposa del protagonista exclama “Todos en este país beben como locos” y, hacia el final, en el contexto de un funeral, un grupo de niños entona inocentemente el himno nacional, como arrastrando los pecados de sus padres hacia el futuro. Afortunadamente, Vinterberg no se permite a sí mismo terminar el relato con semejante nivel de solemnidad y, apelando una vez más a su magistral cambio tonal y cuidado manejo de las emociones, el director de La celebración concluye el film, precisamente, con una celebración: pero no una hipócrita, nacida de la mesura o de la abstinencia, sino una que emerge naturalmente del relato, de las experiencias vividas, del saber cuáles las consecuencias de nuestras acciones y, aún así, decidir llevarlas a cabo. ¿Apología del alcohol? En cualquier caso, Another Round es una apología de la vida, de la libertad de poder elegir y equivocarse, de la posibilidad de sufrir, reír, llorar, beber y bailar; como Mads: descontrolado, jovial y feliz, pero, sobre todo, vivo.
What a Life.