Precuela de una olvidable película de terror basada en un juego de invocación de espíritus, Ouija: el origen del mal, arranca, 50 años antes en la trama, alta y prometedoramente. Una mujer, viuda reciente, conecta a los vivos con sus muertos en sesiones de espiritismo casero. Aunque es todo un teatro, en el que participan sus dos hijas, Lina y Doris, asustando a los clientes, ella cree que así ayuda a sanar heridas que quedaron abiertas.
No hay mucho de nuevo en esto de que quien juega con el más allá termina en problemas. Y la época, la producción artística retro, la familia dedicada al ocultismo, da muy parecido a la saga Conjuro. Pero el director Mike Flanagan (Oculus, Absentia, Somnia) con inteligencia fortalece aquello que sí otorga personalidad a su película, dedicando a sus tres personajes femeninos la primera larga parte y dejando que se luzcan sus actrices a medida que los sustos y los sacudones se aceleran. Son tres mujeres de distintas generaciones atravesando el mismo duelo, y sus fricciones y lazos afectivos interesan. Luego la película, con todos los formulismos y golpes de efecto de manual, debe cumplir con el juego en que se inspira. Y entra en su zona menos feliz, acumulando situaciones que provocan ese "ah, bueno" resignado, mientras se riza el rizo y se desdibujan sus mejores trazos.