UNA RONDA DE CUENTOS DE TERROR
Ouija: el origen del mal es la precuela de Ouija (Stiles White, 2014) y, digámoslo, es una película que nace con cierta ventaja, porque difícilmente pueda ser peor que su genérica, aburrida y sosa predecesora. De hecho, claramente es mejor, aunque sólo le alcanza para ser satisfactoria.
La solución y a la vez el problema del film es su director Mike Flanagan, un resultadista del cine de terror, cuyas películas suelen ser sólidas en algunos aspectos (creación de climas, diseño de ciertos sustos), y un poco planas en otros, como sus guiones demasiado convencionales y esqueléticos, y la construcción un poco tosca y unidimensional de algunos personajes, sobre todo los secundarios. La carrera de Flanagan se acelera luego del éxito de la sobrevaloradísima Ausencia (2011), una película mal actuada y con un argumento ridículo. Luego ha ido mejorando considerablemente en cuestiones de calidad: Oculus (2013) es un ejemplo de película de terror de bajo presupuesto efectiva, y Somnia: antes de despertar (2016) es una grata sorpresa por esa mezcla de fantasía y pesadilla que es su argumento, y por incluir a uno de los mejores niños actores de los últimos tiempos, Jacob Tremblay, el protagonista de La habitación (Lenny Abrahamson, 2015). Lo que queremos decir con esto es que Flanagan llega a Ouija: el origen del mal como un artesano consagrado: su sensibilidad para las secuencias terroríficas se nota desde el primer plano. Lo otro que queremos decir es que Argentina es un país que estrena todo lo que dirige Mike Flanagan y casi nada en lo que participe Will Ferrell. Así estamos.
Ouija: el origen del mal nos cuenta la historia de Paulina Zander (en la original es la anciana desequilibrada interpretada por Lin Shaye, la señora mayor que más películas de terror ha hecho), de su madre Alice y de su hermana Doris. Alice es una médium de poco prestigio que, junto con sus hijas, monta un pequeño espectáculo con el cual le hacen creer a la gente que se puede comunicar con los muertos, particularmente con los seres queridos de sus clientes. Alguien les sugiere usar la tabla Ouija (la de Hasbro) como instrumento de canalización, que realmente tiene muy poco de místico ya que se vende en cualquier juguetería. De todas maneras, funciona muy bien, porque Doris Zander queda inmediatamente poseída por un retorcido espíritu polaco llamado Marcus luego de usarla tan sólo una vez.
Lo decíamos, lo positivo de Flanagan no son los guiones, más bien son los sustos, y por suerte Ouija: el origen del mal tiene unos cuántos bien diseñados, y a pesar de que la mayoría podían verse en el tráiler, se guarda para la película algunas sorpresas. La fuente del miedo en Ouija: el origen del mal es Doris, interpretada por Lulu Wilson, que logra una actuación bastante perturbadora, incluso con sus limitaciones. El tono artificial de la puesta en escena, otra constante en el cine del director, le viene bien a la película que por momentos se ve y se siente como un cuento terrorífico autoconsciente y efectivo, de esos que se cuentan en las rondas de Halloween que vemos también en las películas estadounidenses. Asustarse de pavadas es para ellos una tradición nacional que se festeja el 31 octubre. Nosotros un día antes festejamos algo parecido: el cumpleaños de Diego Maradona.
Es cierto que hacia el final a Ouija: el origen del mal se le nota el apuro y los conflictos que parecen arrojados a la historia sin demasiado asidero, se resuelven arbitrariamente aunque con la dosis necesaria de malicia. Mike Flanagan pone en juego sus cartas de artesano y le sale medianamente bien, sobre todo porque logra algunos climas opresivos impensables para una saga que había empezado con el pie izquierdo. No es su mejor película pero al menos se puede disfrutar un poco.