Un “mago”, brujas y un film que nunca termina de atrapar
Los primeros minutos de Oz, el poderoso, fundidos en blanco y negro logrando una imagen artística más que interesante, parecen ser lo más atrayente y entretenido de la película.
Cuando Oscar Diggs (James Franco) abandona Kansas y se sitúa en la Tierra de Oz, el relato se va desvaneciendo, decae vertiginosamente en ritmo y aumenta en previsibilidad. Lo que sucede es que el espectáculo visual que se nos ofrece a base de una dirección de fotografía impecable, imponente con su variación de colores y paisajes, no se condice para nada con la historia en sí. Lo que parece deleitar nuestros ojos es opacado parcialmente por un pasaje de acontecimientos de a ratos sosos, poco creativos y algo densos.
Se rescata o resulta simpática esa falta de mística o suerte de antihéroe que se le imprime al personaje principal, un mago de poca monta, embustero, inseguro pero engreído que intenta engañar a todos los inocentes habitantes de la pintoresca población pronunciándose como “el salvador”.
Esperada por muchos espectadores, Oz, el poderoso no consigue encantar ni lograr atrapar plenamente al público, desaprovechando la oportunidad de intentar generar una obra más dinámica y trascendente, quedando más bien como una típica película poco recordable para ver en familia.
LO MEJOR: la factura técnica de las imágenes, los primeros 15 minutos.
LO PEOR: previsible, no entusiasma, no entretiene, no trasciende.
PUNTAJE: 5