Oz: el poderoso despertaba en principio considerables expectativas. Retornar al mágico mundo de la tierra de Oz concebido por Lyman Frank Baum, del cual se desprendió el memorable film protagonizado por Judy Garland y su maravillosa voz, era atrayente. Y más aún si esto se recreaba a través de una película realizada neda menos que por Sam Raimi, director de las sagas de The Evil Dead y Spiderman. Que la idea fuera hacer una precuela, fórmula recurrente del cine estadonudense de los últimos años, no le restaba interés, al contario. Sin embargo, algunos problemas relacionados con el film original condicionan a este, como que no se podían utilizar los personajes originales por cuestiones de derechos –ni Dorothy, ni el espantapájaros ni el león forman parte de la trama- y que los fondos y criaturas digitales abarrotan demasiado las imágenes y se emparentan muy poco con el estilo y la estética que caracterizaron a El Mago de Oz en 1939.
Si bien Oz: el poderoso arranca de manera sugerente en un blanco y negro que luego se traslada al color ampliando su pantalla, tal como ocurre en aquel clásico cinematografico, luego se va deshilvanando, en una combinación en la que influyen la escasa imaginación de la trama, la falta de fuerza de sus roles, cierta reteración de situaciones y una duración excedida. La lucha entre las brujas y el mago, en la que participan “ejércitos” de raros personajes, carece del interés necesario. De todas maneras no se puede negar que la recreación digital de ese reino, el vestuario y las pocas escenografías reales que se aprecian, son atrayentes. Y quizás por estos detalles valga la pena la experiencia, en compañía de algún menor de entre ocho y quince años.
Pero así como ocurrió con la nueva versión de Alicia en el País de las Maravillas a cargo de Disney y Tim Burton, esta precuela de Oz de Raimi y la misma productora, no pudo ir más allá de algunas buenas ideas.