Cortinas de humo
Concebida como una precuela "no oficial" a El Mago de Oz, film de 1939 dirigido por Victor Fleming (y George Cukor, entre muchos no acreditados por su labor), Oz: El Poderoso es un intento fallido por parte de Disney de usufructuar un clásico entre clásicos, y que, como el tornado que tranporta a su protagonista al mundo de Oz, arrastra consigo a su director Sam Raimi y al elenco.
Ambientada en la primer década del siglo XX, el film presenta a Oscar "Oz" Diggs (James Franco), un ilusionista de poca monta que -con la ayuda de su asistente Frank (Zach Braff)- embauca a público y muchachas inocentes con grandes sueños por cada estado que pasa. En esta primer parte (filmada en blanco y negro, siguiendo la propuesta estética de la original) ya se plantean las características a resolver por el protagonista: su frustración por la falta de éxito (con Thomas Edison como referente, acorde a esos tiempos donde el inventor pasa de la categoría excéntrico con un hobby a la de empresario) y su temor al compromiso (rasgo característico de esta época, llena de películas sobre hombres-niños, y por dónde uno puede especular radicó la elección de Franco). En una parada en Kansas el mismo tornado que treinta años después se llevará a Dorothy lo transporta al mundo de Oz, donde (ya a puro color) lo encuentra Theodora (Mila Kunis), quien lo confunde por un mago mencionado en una vieja profecía como el salvador del reino de las garras de la bruja malvada. Theodora es bruja, como así también lo es su hermana Evanora (Rachel Weisz), a quien Oz conoce en Ciudad Esmeralda, y Glinda (Michelle Williams), con quien se cruza más adelante en su recorrido. El juego es descubrir cuál de las tres es efectivamente la tan mentada y amenazante bruja a quien el protagonista debe vencer para ser el monarca de Oz y, principalmente para Oscar, quedarse con el tesoro del reino. Y en este devenir va a tener que ver mucho la "galantería" de Oscar (porque si no ¿cómo va a aprender sobre las consecuencias de sus actos?).
En el tiempo que transcurre hasta que se completan los 130 minutos de metraje, conoce a una parva de habitantes de ese mundo. Como Finley (con la voz de, una vez más, Zach Braff) el mono alado que será su ayudante forzado; algunos con un paralelo en Kansas y otros, como los Munchkins, que son parte del universo ya delineado en El Mago de Oz. También hay unas cuantas vueltas de tuerca predecibles tanto para quienes recuerdan al film de 1939 como para quienes se acercan a esta historia por primera vez.
Es fácil establecer comparaciones con la Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton y Oz: El Poderoso. Ambos son proyectos de Disney, en el que se intenta explotar comercialmente una vez más a una novela infantil clásica, para el cual se recluta a directores autores que desarollan sus propios proyectos (aunque Raimi ha trabajado mucho por encargo), para producir una versión empaquetada y destiladísima donde se trata de suplir con la profusión de personajes y eventos un verdadero desarrollo narrativo que construya un interés creciente en el espectador, efectos digitales y pantalla verde como set, y para completar el combo, música de Danny Elfman que a esta altura suena prefabricada (y encima estaba peleado con Raimi desde su última colaboración en El Hombre Araña 2). El objetivo en ambas es el mismo: cubrir los requisitos de todo tipo de público: el infantil, los nostálgicos y los que buscan "valores de producción".
Raimi nunca se ha destacado por las actuaciones de sus elencos en sus films más reconocidos: en mayor o menor medida acartonadas, con un tono autoconsciente del género y las reglas con las que juegan, pueden funcionar muy bien y deleitar a los fans como en toda la saga de Evil Dead, su regreso al terror/humor negro con Arrástrame al Infierno y la incursión en el western de Rápida y Mortal, o simplemente cumplir un propósito comercial como en la trilogía del Hombre Araña. Sin embargo, en Oz: El Poderoso hay un tono impostado de fábula infantil con buenos buenísimos, malos malísimos y todos los demás en el medio, que a fin de cuentas no puede tomarse ni como ironía. James Franco carece del encanto que debería tener un embaucador como Oz, pero sobreabunda en indecisión. Su química con Mila Kunis es nula (y acá tienen punto de comparación en Una Noche Fuera de Serie). La misma Kunis y Michelle Williams no logran hacer mucho con sus papeles estereotipados, salvo repetir diálogos que sólo redundan en dos temáticas construidas respecto al personaje de Franco: "yo creo en vos" y "yo creí en vos". La relación más interesante -como suele ser la tendencia en los films de los últimos años que incluyen romance- no es entre el protagonista y sus partenaires femeninas, si no entre él y su compañero, el mono Finley. Rachel Weisz es la única que logra construir un personaje más complejo y brindar una actuación que no parece subestimar al espectador.
Es curioso que en un film que destaca tanto la inventiva analógica y el arte de la ilusión (que se destaca desde los títulos de presentación, que remiten a los entretenimientos de feria, las ilusiones y los juegos de sombras), la digitalización -ya sea como mímesis de lo real en Kansas como en la invención de algo completamente nuevo y nunca visto en Oz- genere un efecto de credibilidad tan pobre. Y tampoco llega a funcionar como una creación que exalte lo artificioso como estética (un buen ejemplo de esto es Charlie y la Fábrica de Chocolates, un mal ejemplo es la ya mencionada Alicia...). Por toda la consciencia del espectador de que El Mago de Oz de Fleming estaba completamente filmada en un estudio pero que funcionaba como marca de "esto es simplemente una fábula", en esta nueva puesta simplemente resulta irritante.
Oz: El Poderoso efectivamente se apoya en el poder de la espectacularidad visual. Sam Raimi y el guión de Mitchell Kapner y David Lindsay Abaire nos lo remarcan desde el principio: el cine es un espectáculo basado en la ilusión, es una especie de "fraude", es un arte de inventores.
Pero Raimi falla en algo que ha logrado una y otra vez en proyectos anteriores: hacernos creer en esa ilusión aunque sepamos que estamos siendo engañados. Con Oz: El Poderoso no queda más que sentirse embaucados.