Oscar tiene algo de Hugo, pero tiene más de Alicia. Entre los tres está Sam (Raimi), quien intenta lograr un equilibrio entre dos películas y la suya e, inevitablemente, se apoya en la última. Oz: The Great and Powerful tiene un inicio notable, con una clara elección estética que diferencia lo que es Kansas de la tierra encantada, a la vez que distingue dos etapas de una producción que juega en terrenos que poco tienen que ver con los espacios físicos. Es que desde un principio hay una celebración del espectáculo clásico –da una pauta el 3D con uso exhibicionista-, del artista en sus orígenes, retrato en blanco y negro de una época vinculada a los comienzos del cine.
Así como Martin Scorsese –salvando las distancias- se empapó de Georges Méliès para contar la historia del niño Cabret, ocurre algo similar con la figura de Thomas Alva Edison. Pero aquí hay un acercamiento a pasos agigantados a Alicia y no en el sentido de Lewis Carroll, sino en la forma de uno de los traspiés más graves de Tim Burton. Raimi cae por la madriguera del conejo en el País de las Maravillas y del CGI, en la tierra del impacto visual y la falta de contenido, y así Oz, la del arranque poderoso, pierde fuerza con cada fotograma que se sucede.
No obstante, el camino hacia la redención definitiva se disfruta. Es que esta, una de las películas menos propias de un Sam Raimi que parecía querer volver al terror con que se hizo grande desde Drag me to Hell para dejar el proceso inconcluso, tiene un combustible sorpresa para llegar a la ciudad mágica, cortesía de los guionistas David Lindsay-Abaire (Rabbit Hole, Rise of the Guardians) y Mitchell Kapner (The Whole Nine Yards): un destacado sentido del humor. Con un protagonista (James Franco) cuya característica principal es la de ser un embustero irremediable y algunos personajes secundarios como Finley, el mono que vocaliza Zach Braff, y la niña de porcelana, el viaje a lo largo del camino de ladrillos amarillos es sumamente placentero.
La comedia es una parte tan importante de Oz: The Great and Powerful que las carencias argumentales recién empiezan a ser evidentes una vez que la risa se desvanece y el recorrido se torna "serio". El director descuida el relato por mucho tiempo, con un avance que se vuelve cada vez más lento y predecible. La memoria se recupera recién sobre el final, con una puesta en escena directamente enlazada con el comienzo de la película, con las proporciones épicas que el espectáculo de una vida tiene que tener. No hay lugar como el hogar y Kansas salva a Oz a base de ilusiones y engaño. Raimi recuerda a tiempo que la clave es siempre ofrecer un buen show.