El arte de la ilusión
El doble homenaje a los primeros pasos del cine y a la clásica película El mago de Oz (1939) se encuentran más que presentes en esta auto declarada precuela a cargo del director Sam Raimi y protagonizada por un elenco importante, encabezado por James Franco, Mila Kunis, Rachel Weisz, Michelle Williams y Zach Braff, entre otros, que cuenta además con el aval de los estudios Disney como ya ocurriera hace unos años con la nueva Alicia en el país de las maravillas dirigida por Tim Burton.
De aquella película de Víctor Fleming en la que se consagrara Judy Garland que mezclaba la fantasía con una historia de iniciación, la esencia de lo mágico a partir de creer continúa intacta en el manifiesto de Oz, el poderoso pero creerle a un embaucador, a un falso mesías (cualquier parecido con un político es mera coincidencia) depende más del truco o del artificio que de la credulidad del público per se.
Por eso, para disfrutar de esta aventura cinematográfica para todo público con un más que interesante uso del 3d que hace de la ilusión y la falsedad del artificio cinematográfico un valor es necesario fijar un pacto como espectador con lo que la imagen propone y con aquella fábula de redención que termina coronando el derrotero de Oscar Diggs (James Franco). Diggs es un mago de Kansas de principios de siglo, quien realiza un espectáculo bastante rústico en una feria circense a cambio de unas pocas monedas. Dueño de un poder de seducción con el sexo débil, que siempre le trae problemas con sus compañeros de trabajo, el protagonista se sube a un globo para escapar de una golpiza mientras se desata un feroz tornado que finalmente lo conduce a la tierra de Oz. En ese reino multicolor, con monos que hablan y vuelan; con flores inmensas y muñecas de porcelana, vivientes, creen que Oscar no es otro que el mago de la profecía que acabará con el reinado de la bruja mala y recuperará la felicidad de todo un pueblo pacífico que tiene prohibido matar entre otras cosas.
Sin embargo, los deseos de grandeza y la ambición desmedida de Oscar le juegan en contra al caer en las sugestivas redes de la malvada bruja (Rachel Weisz), quien además ejerce la manipulación de su hermana (Mila Kunis) para convencerla de que la verdadera malvada es la bruja buena (Michelle Williams), interés amoroso que provocará el despecho en una de las dos hermanas, en un doble juego de apariencias donde las máscaras y las pócimas ocultan los verdaderos rostros en un principio hasta que se subvierte el código y la bruja ya no se escude en el rostro del hechizo sino en su verdadero aspecto.
Como un mecanismo de muñecas rusas que va de la representación a la puesta en escena pasando por la ilusión y finalmente la realidad menos mágica, la propuesta de Sam Raimi expone el artificio sin ocultarlo en efectos visuales o en la parafernalia y pirotecnia visual del 3d. Por otro lado lo exterioriza desde el punto de vista del registro de las actuaciones en primer lugar para generar ambigüedad en los personajes pero sin llegar a la caricaturización de ninguno.
Esa frescura, exageración controlada, que se respira a partir del diseño visual del mundo de Oz, permite introducir por ejemplo situaciones desopilantes o no tomarse demasiado en serio la épica del viaje exterior pero sí aquella que marca el viaje interior y su arco transformador, tanto para el personaje de Oscar como para el de su antagonista la bruja.
Así, con el camino amarillo legendario; con un James Franco over the top, vuelos en pompa de jabón, la introducción del zootropo y una banda sonora muy similar a otras de Danny Elfman, la propuesta de la Disney alcanza y no defrauda al gran público y mucho menos a los nostálgicos que ahora encontrarán otro gran pretexto para volver un rato al arco iris algún día y en algún lugar.