UN PERRO FIEL AL MAINSTREAM
España es uno de los productores de cine animado periférico a Hollywood que más desarrollo ha tenido en los últimos años, pero a diferencia de las animaciones asiáticas, francesas o belgas (por nombrar a aquellas que logran tener estreno en Argentina), que tienen sus particularidades a pesar de que por acción u omisión refieran al mainstream norteamericano, los films animados españoles carecen de cualquier tipo de identidad que las distinga: vean aquí por ejemplo esos suburbios donde viven los protagonistas, muy poco españoles. Son películas pensadas para un público global, con un diseño tanto narrativo como visual que busca a toda costa emparentarse con los productos de Pixar, Dreamworks o el que sea, y que en última instancia terminan cayendo presos de esa impersonalidad. Ozzy: rápido y peludo -coproducida con Canadá- es el más reciente eslabón de esta débil cadena de películas que recorre un camino previsible y forzado sin la mayor perspicacia como para que, aún en la repetición, se observe algo que valga la pena.
En la película, Ozzy es un perro que vive lo más tranquilo con su familia humana y que es enviado a una guardería perruna cuando aquellos tienen que irse de viaje. Pero el lugar no es el paraíso que las publicidades mostraban, sino una suerte de cárcel regenteada por perros vigilantes que someten a otros pares en lo que es en realidad una fábrica de frisbee. Digamos que si no original, la historia aporta al menos algunos elementos delirantes como para que la película estalle por los aires el disparate y la anarquía de la mejor tradición del cartoon clásico. Cosa que no sucede porque en contrapartida los directores Alberto Rodríguez y Nacho La Casa eligen el camino más previsible, el de la historia de auto-descubrimiento que va transitando progresivamente todos los lugares comunes de la animación contemporánea y sin el nivel de efectividad de las principales compañías. Lo que queda es un film con sus momentos de comicidad, sus comic-relief, sus villanos lineales, y su final abruptamente emotivo, como forzando todas las piezas que -se supone- no pueden faltar porque son las que el público/consumidor busca.
Ozzy: rápido y peludo tiene un prólogo mal narrado (con un truquito temporal innecesario) y un epílogo que busca subrepticiamente la emoción sin que se haya generado a partir de la experiencia de los personajes. Pero, igualmente, ese nudo narrativo ubicado en la cárcel tiene algunos pasajes divertidos, especialmente gracias a un perro salchicha miope especialista en fugas fallidas y a una subtrama deportiva que remeda a la de Escape a la victoria y que enfrenta a presidiarios con carcelarios. Situaciones que si bien evidencian por momentos una animación de calidad dudosa, a partir del montaje imponen el ritmo que el resto de la película añora. Son esos momentos, en los que Ozzy: rápido y peludo homenajea al subgénero de películas carcelarias donde el film encuentra un recipiente mejor donde trabajar su dependencia cultural audiovisual. Porque en definitiva Ozzy: rápido y peludo es una película que sólo se sostiene en el andamiaje de un cine cuyos códigos están excesivamente digeridos y masificados, su producción es seriada y saturada, y su aceptación es tan inmediata como fugaz.