En Los cuerpos dóciles (2015), Diego Gachassin mostraba -junto a Matías Scarvaci- los vericuetos del aparato judicial argentino a partir del caso de dos jóvenes detenidos por robo. Ellos terminaban condenados, y así parece natural que el siguiente documental de Gachassin sea Pabellón 4, que se mete en los pasillos de la unidad penitenciaria 23 de Florencio Varela.
Lejos de los lugares comunes de las ficciones carcelarias, lo que aquí se retrata es, más que una rareza, un milagro: el funcionamiento de un taller de literatura, filosofía y boxeo para unos cincuenta internos de esa cárcel de máxima seguridad. Quienes dictan las clases son el abogado Alberto Sarlo y el ex convicto Carlos “Kongo” Miranda Mena: la cámara los sigue a ellos en sus vidas cotidianas y en su trabajo muros adentro.
Es un documental de observación: sin entrevistas, las diversas situaciones que vamos viendo nos cuentan las historias de sus protagonistas y, también, las de los presos. Sin voz en off, con sólo ver y escuchar a los personajes, podemos sacar conclusiones acerca del sistema carcelario; de esas instituciones que suelen funcionar como depósitos de seres humanos y se desentienden de la rehabilitación y reinserción social; de quiénes terminan en sus celdas y quiénes no.
No hay aquí una mirada condescendiente ni idealizada de los internos. Pero sus palabras conmueven, y permiten entender que hay un sistema que a la mayoría de ellos los empuja a la criminalidad: “Mi viejo fue chapista durante 50 años: no tiene olfato, vista ni tacto. Cuando salí, llegué a mi casa, miré a mi viejo y le dije ahora me acuerdo de por qué empecé a robar”.
Carismático, con tanta calle como estudios formales encima, Sarlo es un gran personaje. Este Sebastián Estevanez de biblioteca conmueve con su dedicación -ad honorem- a los reclusos, pero sin vanagloriarse: “No enseño literatura y filosofía -les dice a sus alumnos- para que sean mejores personas: eso es colonialismo, dominación. No tengo la receta para que cuando estén cagados de hambre no roben más”.