Diego Gachassin ha desarrollado una carrera como documentalista que en el último tiempo lo acercó a una problemática relacionada con la reclusión y las posibilidades de salida y reinserción de algún tipo.
Si en “Los cuerpos dóciles”, su anterior película, se hablaba de la justicia a partir del trabajo de un abogado con mecanismos particulares para la defensa y seguimiento de casos, en esta oportunidad en “Pabellón 4” toma la tarea de Alberto Sarlo, otro abogado, que en este caso ofrece la oportunidad de vislumbrar un trabajo con los reclusos lejos del vigilar y castigar.
Sarlo, junto con Carlos Mena, un ex preso, llevan adelante un taller de filosofía y poesía dentro del pabellón que da título a la película y en el cual se encuentran los perfiles más problemáticos y peligrosos de la cárcel. La película encuentra la excusa de profundizar en Sarlo y su tarea, una que está centrada en expandir posibilidades e ideas, ampliando así la libertad de cada uno de los individuos que componen el curso y el pabellón.
Si en “Los cuerpos…” veíamos el detrás de escena de la justicia, acá vemos el de la docencia, el de la vocación que tiene Sarlo, más allá de su profesión, por seguir adelante por su cuenta, y con dinero de su bolsillo, con una evangelización sobre las posibilidades del conocimiento como manera de superar el encierro.
Gachassin ubica la cámara en espacios comunes, pero también en aquellos recónditos lugares en los que la iniciación en la escritura exige una concentración particular, exponiendo todo el tiempo las condiciones de producción de los materiales que luego configurarán un ejemplar, muestra de las posibilidades y de creer en el otro más allá de todo.
“Pabellón 4” expone ideas, suma pensamientos, y acompaña a Sarlo y Mena en la difícil tarea de llevar adelante un grupo que pese a estar concentrado en su misión, termina por viciarse de miradas que prejuzgan un trabajo honesto y digno para todos.
Como en “Los cuerpos…” el director no juzga, muestra, y si bien hay un recorte y una manipulada construcción de sentido (como esa escena de Mena hablando con su madre , demostrando la cercanía con ella y sus sentimientos), en la honestidad de la puesta y el seguimiento de los personajes, se potencia la idea inicial.
Sin estridencias, sin mecanismos extradiegéticos, ni artificios, el director logra, a paso lento, y con un registro que acompaña de la cárcel a la casa, de la casa a las tareas cotidianas, de la complicidad entre Mena y Sarlo a la contienda para conseguir todo lo que los presos necesitan, aún sin pedirlo, un fresco de una tarea noble y simple.
Gachassin pide pista para desestigmatizar y romper con esquemas, preconceptos y prejuicios sobre la vida en la cárcel y sobre un hombre que comprendió que en la vida no sólo hay que ganar y acumular dinero, sino que en el brindarse a los demás está la clave de todo.