Una mala telenovela.
No hay química. Por sorprendente que pueda resultar, en la pantalla no existe ni un miligramo de química entre Penélope Cruz y Javier Bardem en la producción Pablo Escobar: la traición, de Fernando León de Aranoa (Los lunes al sol, A perfect day), quien parece haber perdido la mano de sus anteriores películas, inspirada en el libro autobiográfico “Amando a Pablo, odiando a Escobar” de la periodista colombiana Virginia Vallejo, quien fuera amante de Pablo Escobar (1949-1993), el narcotraficante y político colombiano fundador del Cartel de Medellín a quien, en una venganza servida en caliente, ayudó a “cazar” echando una mano a los agentes de la DEA estadounidense.
Hay que añadir que el guión es malo y el hecho de estar rodada en un inglés muy suigeneris tampoco ayuda mucho.
No hay química entre ellos pero tampoco estamos ante unas buenas interpretaciones. Todo lo contrario. Ambos parecen disfrazados de ellos mismos y de caricaturas de los personajes que interpretan: la estrella de la televisión es una barbie hortera hasta decir basta y el poderoso narco que, dicen las crónicas “cambió el panorama del crimen internacional”, es un tipo adiposo con una peluca pringosa.
Se puede llegar a entender que Aranoa y sus productores hayan apostado por el inglés como idioma principal del rodaje para tratar de meter cuña en el mercado estadounidense (totalmente refractario a películas rodadas en cualquier idioma que no sea el inglés), pero, sintiéndolo mucho, el despropósito lingüístico es de tal envergadura (hay montones de expresiones coloquiales del español colombiano que son absolutamente intraducibles al inglés o que pierden su significado si se traducen tal cual, por ejemplo: "Píntemela a ver y yo le digo cuántos pares son tres moscas", que viene a ser la respuesta a un desafío, la divertida "Tengo un filo, que si me agacho me corto", que significa algo así como "estoy hambriento" o la curiosa "Bueno se me van bajando del bus aquí todos", que te la puede soltar un delincuente colombiano quiere que le des todo lo que llevas encima) que solo puedes reírte cuando ves en la pantalla a Escobar dando órdenes en un inglés con un forzado acento latino a sus secuaces en plena Colombia, cosa que te saca totalmente de la película.
Como la referencia es el libro, esta historia kitsch, decepcionante y hasta ridícula, se cuenta desde el punto de vista de la señorita Vallejo, de la que lo menos que puede decirse es que es anodina además de caprichosa y egocéntrica, y de llevar en la cara más pintura que una puerta, sin ningún carisma ni el más mínimo ascendente sobre uno de los barones de la droga más famosos del siglo XX –multimillonario, dueño de mansiones, personas, un club de fútbol y una cuadrilla de aviones que de día trasladaban políticos en campaña y de noche llevaban cocaína a Estados Unidos-por lo que resulta difícil comprender la relación que tuvieron, si dejamos a un lado que él la exhibiera como un trofeo más.
No he leído el libro de Vallejo, ni tampoco he visto las dos series de televisión que se han emitido sobre el personaje de Escobar, así que no establezco comparaciones, no estoy ante un dejà vu como muchos de mis colegas, pero sí he recibido –como todo el mundo y durante muchos años- información más que suficiente sobre ese personaje excesivo que fue Pablo Escobar, el “señor de la droga colombina”, uno de los narcotraficantes más poderosos del siglo XX -quien llegó a diputado y a punto estuvo de presentarse como candidato a la presidencia de Colombia-, y de los más buscados por las policías y los servicios secretos de distintos países.