Hay que darle un descanso definitivo a las historias de Pablo Escobar en el cine y la televisión porque no dan para más.
Todo lo que había para contar ya se hizo en producciones recientes como la telenovela El patrón del mal y la serie de Netflix, Narcos.
Salvo que se trabaje la temática desde una óptica diferente, como fue la película de Tom Cruise, Barry Seal, estos filmes resultan redundantes.
Este es el gran problema que tiene la propuesta protagonizada por Javier Bardem que presenta una versión hollywoodense simplificada, superficial e intrascendente sobre el famoso narcotraficante colombiano.
Es una lástima que el actor español terminar vinculado con esta producción porque hacía muchos años que él intentaba interpretar a Escobar en el cine.
Originalmente iba a ser parte de Killing Pablo, basada en el excelente libro de investigación periodística de Mark Bowden (La caída del halcón negro), que Ridley Scott iba a producir con dirección de Joe Carnahan (Brigada A).
La historia se centraba en la operación militar que acabó con la vida del delincuente pero el proyecto se pinchó y quedó en la nada.
Bardem finalmente se dio el gusto de interpretar a Escobar en esta película española mediocre pensada para el público norteamericano.
La trama narra el ascenso y caída del criminal desde la perspectiva de la periodista Virginia Vallejo, quien fue amante de Escobar y la responsable de insertarlo en el mundo de la política colombiana.
Un personaje a cargo de una sobreactuada Penélope Cruz que en la mitad del film pierde relevancia para quedar marginada a un rol secundario.
Este film tiene dos problemas graves que impiden su recomendación.
En principio se estrena después de la serie Narcos que trabajó la misma historia con una mayor complejidad y comprensión de la temática del narcotráfico.
La película del director Fernando León de Aranaoa desperdicia la presencia de Javier Bardem con un relato superfluo que narra a las apuradas la historia de Escobar sin profundizar en el personaje y el contexto en el que surgió el delincuente.
Por otra parte, los realizadores tuvieron la fatal idea de filmar esta historia con todos los actores hablando en inglés con un supuesto acento colombiano que tira por la borda la poca credibilidad que ya tenía este relato.
En la intención de llegar comercialmente al público norteamericano arruinaron el proyecto porque los personajes suenan ridículos.
Que los colombianos hablen permanentemente en inglés en su propio país no es creíble y atrasa un par de décadas.
Desde el estreno de Traffic (2000), de Steven Soderbergh, inclusive se respetan más estas cuestiones en las producciones norteamericanas de la actualidad.
La labor de Bardem no está mal pero parece una caricatura frente a la brillante composición que presentó el brasileño Wagner Moura en la producción de Netflix.
La verdad que no vale la pena perder el tiempo con esta película, ya que la misma historia se puede disfrutar en producciones superiores.