Criminal mambo
Javier Bardem produce y protagoniza la historia del narcotraficante más famoso, contada desde la perspectiva de su mediática amante.
Si los fans de Escobar, patrón del mal se quedaron con ganas de ver más, y si la serie Narcos de Netflix no fue suficiente, aquí está la historia del más famoso narcotraficante contada por la pantalla grande y siguiendo todos los protocolos de Hollywood. Inevitablemente, Loving Pablo (título original del film) recoge toda la tradición de mafiosos y traficantes que atesora el cine norteamericano; el director y guionista Fernando León de Aranoa entretejió influencias por doquier, pero milagrosamente la película no cae en el pastiche.
La particularidad de este largo es haber sido contado según las memorias de Virginia Vallejo, la periodista que pasó buenos años de su vida haciendo equilibrio entre su carrera de conductora televisiva y su vida como amante de Escobar, con seducciones a un agente de la DEA en el medio. La segunda peculiaridad es que una pareja de la vida real personifica al patrón del mal y su amante. Como haciéndose eco del estilo de vida de Escobar, todo queda en familia.
Bigotón y con panza de embarazo de nueve meses, Javier Bardem es Escobar, y con la histeria a flor de piel Penélope Cruz es Vallejo. La química, por descartado, funciona. Hay muchos aviones al principio del film, primero, cuando Virginia cuenta en off cómo tuvo que abandonar Colombia para irse a los Estados Unidos; después, de modo fastuoso, espectacular, cuando un camión con acoplado cierra el paso de los automovilistas para que un jet cargado de droga pueda aterrizar en una autopista norteamericana. Cuesta creer que semejante cosa haya pasado en 1982, pero Loving Pablo (se verá en el resto del largo) abunda en licencias.
De entrada, quizá la gran falla del film es que hay algo caprichoso y no muy bien narrado respecto al modo en que Virginia cae en las garras del narcotraficante. De día, Virginia arriba en jet (otro más) a Medellín en modo periodista, y queda anonadada por la reserva de animales de Escobar donde no faltaban elefantes. Por la noche, hay un glamoroso cóctel al que asisten artistas, jugadores de fútbol, empresarios, narcotraficantes y Virginia, a quien una banda de pop le dedica una canción. Cuando se encuentran cara a cara, Pablo le habla de sus campañas para sacar a los chicos de la pobreza y se define como un filántropo. Al finalizar la escena, León de Aranoa informa en un zócalo de la pantalla que esa noche se estaba fundando el cartel de Medellín. Hay cierto humor, después de todo, y no del todo programado.
La descripción de Escobar Gaviria es descarnada, pero, para el espectador promedio, queda suavizada por pertenecer a un verosímil definido, el del capo mafioso pater familias, un psicópata con el dolor ajeno pero vulnerable a lo que pase con su entorno familiar. Pablo tiene una mujer (Julieth Restrepo) consciente del vínculo de su esposo con Virginia, consciente incluso de las orgías, pero eso no la detiene de visitar a su esposo en la cárcel hecha a medida de sus lujos cuando negocia la revocación de su extradición a los Estados Unidos. Y cuando se refugia en la clandestinidad, cuando está rodeado, la DEA sabe que una leve presión a su familia, a su mujer y sus hijos, bastará para localizarlo. En otra escena de intimidad, Pablo le enseña a su hijo (Carlos Ramírez) cómo jamás debe aceptar y consumir aquello que él vende. Es un aspecto conocido de su vida, pero está ejemplarmente filmado.
No faltan escenas sórdidas en Loving Pablo. Toda la formación de su ejército de soldados y sicarios, los asesinatos a aquellos funcionarios y periodistas que investigaron al narcotraficante, está cruelmente detallada, con sabor a saña hollywoodense. En ese sentido, León de Aranoa no defrauda y maneja con mano firme todas las escenas de acción. En la escena más violenta del film, durante una charla en su cárcel de lujo, Pablo da la orden de mutilar a dos de sus socios, y sus soldados ponen en funcionamiento las motosierras mientras suena “Rosa Rosa” de Sandro. Parece una escena inspirada en Buenos muchachos con ritmo sudamericano.
Hay otros aspectos del film que resultan cuestionables, cuando no irrisorios. Mientras la ambientación es totalmente colombiana, y la interpretación es casi totalmente de actores de habla hispana, la película está hablada en un inglés tosco, mechada por interjecciones y maldiciones en español. Pero pese a cierto aire de cocoliche que sobrevuela a algunas escenas es difícil no engancharse con la trama. Las actuaciones de Bardem y Cruz son más que convincentes, ambos metidos plenamente en sus personajes y abiertos a la traición final, cuando Virginia termina en una corte de los Estados Unidos. “Pablo me pidió que contara esta historia”, murmura, “pero no me dijo a quién”.