Paco tiene los mismos problemas que hacían de Rodney una película extremadamente pobre cuando no directamente nefasta: en el cine de Diego Rafecas hay un tono que recuerda al de los peores noticieros, y esto se trasluce en varias operaciones como la búsqueda de impacto a cualquier costo, la invitación a la reflexión fácil y hueca, la utilización de lugares comunes y de prejuicios más o menos extendidos, la exhibición (con aires de revelación, de descubrimiento indigno) de ambientes sórdidos y miserables, la creencia de que el interés se construye de forma cuantitativa a través del bombardeo de información y no de manera cualitativa poniendo atención en los detalles que hacen a una historia, la sanción de corte moralista, etc. También la velocidad, la estética de la imagen y los temas que se abordan conectan todo el tiempo a las dos películas con lo que podría ser un noticiero o un programa de investigación. La música, un poco ajena a ese mapa televisivo, es el único elemento que les imprime algo de poesía a sus films y los arranca, aunque sólo sea momentáneamente, de ese universo anclado en la actualidad y el tono periodístico: por más impresentable que fuera la escena de Rodney que transcurría en la iglesia en la que se escuchaba de fondo Villancicos de Peligrosos Gorriones, Rafecas al menos ensayaba una incursión más o menos personal en un terreno más cinematográfico.
La buena noticia es que algo parece estar cambiando en Paco. Cuando la película no está ocupada en producir tensión con temas de actualidad como las cocinas de cocaína, el narcotráfico o el papel del poder político y el guión dedica más atención al grupo de personajes que está en la casa por problemas de adicción, allí Paco cobra un espesor narrativo que le hace ganar algo de corazón para la historia. A medida que vamos conociendo a los personajes (y que ellos se conocen entre sí) afloran rasgos y tics que van creando un clima muy especial alrededor del grupo y de los que lo coordinan, y salvo algún que otro personaje insalvable como el de Paco, que está construido con todos los clichés del héroe culpable y arrepentido (ver la discusión bochornosa que mantiene sobre la existencia o no de Dios), del resto muchas veces asoman criaturas densas y con más de un doblez narrativo que alcanza a sorprender, como Pablo “el indio” o la callada y enigmática Flor. Lo rescatable es que, a medida que avanza el metraje, la película gira cada vez más alrededor de la rutina de la casa y menos sobre el trasfondo político y de actualidad, por lo que Paco va perdiendo algo de la gravedad y la impostación de género del principio y deviene una película más humana, cosa que se respira sobre todo en la calidez de algunas de las escenas con el grupo. Me gusta ese volantazo pegado por Rafecas, porque si bien algunos personajes están exagerados y no despegan demasiado del estereotipo (como el de Guillermo Pfenning o Luis Luque), al menos se los siente vivos y con una historia para contar, alejados de las exigencias de la película coral alla Iñárritu que se esbozaba al principio. Cuando escribí sobre Rodney dije que en la película había momentos en los que parecía haber otro film que pugnaba por salir a la superficie y que dejaba ver, aunque más no fuera por una pequeña rendija, un horizonte cinematográfico mucho más rico y prometedor que lo que Rafecas quería hacer ver; en Paco ese horizonte se expande, crece y a veces casi hasta llega a desplazar al otro, ese mejunje miserable de cine televisivo, amarillista y con pretensiones de juicio moral. Quizás la próxima película de Rafecas nos ahorre todo esto y se juegue de lleno a contar una historia como la que late y se revuelve en Paco.