Paco

Crítica de Josefina Sartora - Otros Cines

Con las mejores intenciones

“Paco fuma paco” es la frase tan obvia como significativa que explica el título del film. Francisco (Tomás Fonzi) es el hijo de una importante senadora, y la policía lo ha hallado en estado de sobredosis, involucrado en la explosión de una cocina de paco en una villa, hecho durante el cual murieron varios delincuentes y un niño del lugar. La madre se niega a aceptar su culpabilidad y, para evitar un procesamiento -que perjudicaría su carrera política-, logra incorporarlo a un exclusivo centro de rehabilitación.

Sin embargo, el film no cuenta sólo la historia de Francisco, sino de quienes con él también inician un tratamiento de recuperación de diferentes dolencias. La narración comienza en montaje alterno con una serie de flashbacks que presentan a cada uno de los pacientes: dos nenes de una familia paqueta que los ignora, la hija algo psicótica de una travesti, la de una familia “muy normal”, la de un padre ex alcohólico que adora a su hija adicta, una pareja violenta y un muchacho de condición cultural inferior al resto. Todos ellos practicarán una terapia que de una u otra manera promueve el encuentro consigo mismo y la reinserción social, más o menos limpios de traumas y adicciones.

Como en todo film coral, adquiere mucho peso el trabajo de tantos intérpretes y es éste el mayor mérito de la película: una precisa dirección de actores obtiene lo mejor de un elenco en el cual se destacan, entre otros, Sofía Gala Castiglione, Willy Lemos y Juan Palomino. Incluso las dos divas, Norma Aleandro como la directora del centro y Esther Goris como la senadora, están contenidas al nivel de sus compañeros de trabajo. La escena de discusión entre ambos directores es uno de los momentos más altos del film.

La película combina una estética del feísmo para las escenas en flashback, de tono agresivo, filmadas con fotografía sobreexpuesta y a un ritmo febril, con la intención de mostrar el submundo morboso donde los pacientes han tocado fondo, y cambia de tono, de luminosidad y de ritmo en las escenas del centro de rehabilitación, presentado como lugar de transmutación.

Precisamente, el problema del film radica en su pertinaz corrección política. Si bien los coordinadores del centro están presentados como personas imperfectas, que también cargan con sus debilidades y fallos, el film no cesa de bajar líneas sobre las conductas de todos y cada uno de los personajes. Algo similar sucedía ya en Un buda, la opera prima de su director, aunque Paco es un producto mucho más logrado. En la declaración de principios de la productora –Zazen- se expresa la intención de hacer un cine que refleje y manifieste valores. Pero justamente, cuando el film se pone didáctico y solemne, aleccionador sobre el flagelo del paco, o sobre la física cuántica, o sobre conceptos religiosos, o sobre la “iluminación” que experimenta Francisco, el ritmo decae y el interés divaga, afectando la tensión dramática.

No parece aleatoria la elección de Rafecas de reservar para sí mismo el personaje del fiscal, un ser íntegro que apela al inexorable cumplimiento de la ley. Me permito imaginarlo en la vida real familiar del juez Daniel Rafecas -quien figura entre los agradecimientos-, personaje notorio en la justicia argentina por su investigación de hechos ilegales llevados a cabo por funcionarios del pasado y del presente. Incluso Nelson Castro -un periodista muy apoyado en los mensajes morales- tiene un cameo haciendo de sí mismo. Pero en cine, se sabe, las buenas intenciones no son suficientes.