A quemarropa
Nos hallamos ante una producción hollywoodiense de las que se suele decir de campanillas, de esas que, aunque se hayan estrenado más bien pronto, seguro cuentan en todas las quinielas de los premios gordos del primer trimestre del 2016 en las categorías de mejor actor y mejor dirección. Nos referimos a Pacto Criminal (Black Mass -2015-), un thriller basado en hechos reales -y a su vez en el libro más vendido del New York Times de 2001-, que nos sitúa en el Boston de los años 70, lugar donde la mafia italiana operaba a sus anchas mientras el FBI se desgañitaba para pararles los pies.
En esta ocasión se nos explican las correrías del sanguinario capo James “Withey” Bulger, una ex figura de la delincuencia organizada de Massachusetts, quien fue acusado por cometer la friolera de diecinueve asesinatos aunque entre sus vecinos fue tenido como una especie de “Robin Hood”, protector del barrio donde operaba. Withey, con la única intención de acrecentar sus negocios, no dudó en buscar una suerte de singulares aliados para poder eliminar del mapa a todos sus competidores italianos, instalados en la costa este de EEUU. Entre ellos contó con la ayuda inestimable de los “supuestamente” defensores de la ley, una nefasta asociación entre policías y ladrones que provocaría en breve un espiral de violencia incontrolada, donde todos saldrían ganando: unos por atrapar a algunos malhechores e ir escalando puestos en el mando policial, y otros por consolidar su poder y así convertirse en gángsters tan implacables como poderosos. Pero como todo tiene su fin, la llegada al lugar de un incorruptible fiscal del distrito hará tambalear y de qué manera el sistema de ayudas mutuas.
El elenco reunido para la ocasión es para quitarse el sombrero, con un Johnny Depp de aspecto irreconocible (su alopecia y otras prótasis instaladas, objeto de crítica de algunos que las han considerado como muy exageradas y poco creíbles), dotan a su oscuro personaje de un aroma maquiavélico cercano incluso al Nosferatu de Murnau, que huele a nominación para el Oscar.
De todos, es sabido que Depp se encuentra más cómodo cuanto más disfrazado sale a escena, y ahí están ejemplos para corroborarlo como la saga de Piratas del Caribe -2003-, Alicia en el país de las maravillas -2010- o la mítica El joven manos de tijera -1990-.
Le acompañan en el reparto un sobrio y siempre cumplidor Benedict Cumberbach como su hermano metido a político (se echa en falta un poco más de protagonismo de su personaje, que queda bastante desdibujado y falto de desarrollo), y la sorpresa de un magnífico Joel Edgerton (visto en superproducciones como El gran Gatsby -2013- y Exodo: dioses o reyes -2014-) en el rol de ambiguo agente del FBI que aquí actúa como un auténtico roba escenas. En el lado femenino, la emergente Dakota Johnson, recién salida de sus Cincuenta sombras de Grey -2015- y una pizpireta Juno Temple en el rol de prostituta con la boca un poco suelta.
Advertimos a los amantes de la no violencia que aquí no se tienen ni que acercar: tiros en la cabeza por doquier, estrangulamientos, palizas, torturas varias, salpican un argumento que crece a medida que avanza la acción. El director de la sanguinolenta propuesta, Scott Cooper, opera una puesta en escena muy apropiada para la historia que se quiere explicar. Banda sonora y diseño de producción también rayan a gran altura, recreando la década de los setenta de forma veraz, lo que deriva en un producto digno, que no defraudará a los fans de obras maestras del género como Buenos muchachos -1990- o Una luz en el infierno -1993-.
En definitiva, una película que gira casi por entero en la figura de Johnny Deep, que aquí luce aterrador. Parece tranquilo y sereno, y de repente explota como si fuera un cartucho de dinamita, Consigue transmitir el desasosiego a través de su voz suave y gutural y su mirada fría como el hielo. Su caracterización de “Withey” Bulger es venenosamente fascinante.