Gran papel para encauzar una carrera el de “Whitey” Bulger. Hace 25 años le hubiera calzado como un traje a medida a Robert De Niro. Lo atrapó Johnny Depp, que venía descarrilando por culpa de un par de adicciones y necesitaba una máscara capaz de motivarlo. Puede que su interpretación de Bulger lo catapulte al Oscar, pero más importante es la ratificación de sus prestaciones frente a la cámara. Depp es un actor brillante, por momentos arrollador, capaz de lucirse no sólo bajo el paraguas de la factoría Tim Burton. En “Pacto criminal” (cuyo titítulo original es “Misa negra”) se carga dos horas de película al hombro y le sobra cancha.
“Whitey” Bulger, el verdadero, aprovechó la vieja amistad con un agente del FBI para armar un doble juego: soplón de sus rivales de la mafia italiana por un lado, protegido en su escalada a la cima del poder por el otro. Esa relación -“acuerdo de negocios”, según Bulger, todo un eufemismo para referirse a su condición de alcahuete- se prolongó durante más de 10 años. Es el período que retrata el filme de Scott Cooper, a quien habrá que seguir de cerca.
Bulger es el típico gangster de la costa este. Un devoto de la familia y de las ancianitas del barrio que reza silenciosamente y le consigue armas al IRA. Y a la vez un psicópata asesino que les vende drogas a los adolescentes. Toda esa carga se condensa en la mirada de Depp, feroz e inquietante en su caracterización (que lo obligó a mostrarse semicalvo y con la dentadura a la miseria).
“Pacto criminal” es un thriller muy bien contado. Del libro de Dick Lehr y Gerard O’Neill se sirvió Cooper para narrar, en paralelo, la corrupción de las calles y la del FBI. El elenco es soberbio, con secundarios de alto nivel como Benedict Cumbernatch, Peter Sarsgaard y Corey Stoll. Entre esa trama de subidas y bajadas, marcada por la violencia y los códigos mafiosos, camina Depp con paso formidable.