Si vio films de Scorsese sobre mafia y poder, mucho de lo que cuenta y muestra esta película le será familiar. La historia de fondo es real: cómo el FBI permite, para conseguir cierta colaboración, el imparable crecimiento de un mafioso en la Boston de los 70 y 80. Este hombre es, de paso, Johnny Depp. Depp es el alma y el corazón de la película: en cierto sentido es toda la película, de hecho. Lo vemos caracterizado de un modo ostensible (no menos artificial que su querible Jack Sparrow) pero utiliza la máscara como telón impenetrable detrás de lo cual estalla lo imprevisible, lo salvaje y amoral. Es decir: su Jimmy “Whitey” Bulger es la contracara oscurísima de su célebre pirata. El realizador lo comprende perfectamente bien y los dos adláteres del protagonista (el agente del FBI interpretado por Joel Edgerton; el hermano senador que crea Benedict Cumberbatch) trabajan en la misma línea. Lo interesante es que la forma “scorsesiana” está ahí solo como una manera de brindar un ambiente cinematográfico a la biografía de un personaje cuya realidad es tan difícil de creer que requiere de toda clase de artificios para volverse creíble. Lo que no implica que esto no funcione: lo hace y logra que el relato nunca nos aburra, aunque en algunos momentos se vuelve superficial. Lo bueno del film es que esa solución es aceptable y el resultado es un film rítmico y dinámico sobre un irresistible ascenso y varias inevitables -y vertiginosas- caídas.