Asesino por naturaleza
Un irreconocible Johnny Depp interpreta a James “Whitey” Bulger, amo y señor del submundo de la corrupta ciudad de Boston de los años '70 y '80 (con el increíble aval del FBI) en esta biopic construida con pasión cinéfila y cierto romanticismo por Scott Cooper, director de Loco corazón y La ley del más fuerte. Un festival actoral (también aparecen Joel Edgerton, Benedict Cumberbatch, Kevin Bacon y Jesse Plemons, entre otras figuras) para un film que, si bien cede a algunos lugares comunes del subgénero de mafiosos, resulta casi siempre muy entretenido.
Combinando el relato de proporciones mitológicas, la crónica intimista y el festín de pirotecnia actoral, Scott Cooper (director de Loco corazón y La ley del más fuerte) factura la entretenida Pacto criminal, que cuenta la increíble historia real de cómo el FBI permitió el ascenso a la gloria delictiva de James “Whitey” Bulger, el hermano de un poderoso senador del estado de Massachusetts. Crimen, autoridad y poder. Mafia, policía y clase política. Esos son los tres vértices de una película que, sin mayores aspavientos formales, deja su destino en manos de unos actores entregados a la causa. Johnny Depp (el mafioso), Joel Edgerton (el policía) y Benedict Cumberbatch (el político) se ven obligados a jugar dentro de los márgenes de la biopic, caracterizados para parecerse a las personas reales que encarnan y obligados a imitar el cerrado acento del norte de Boston. Sin embargo, el trío trasciende la imitación y compone un muy interesante magma gestual en el que se refleja el gran tema de fondo de la película: la delgada, casi invisible frontera que separaba el bien del mal en la corrupta ciudad de Boston en los años '70 y '80.
El tablero dramático de Pacto criminal es plenamente amoral y Cooper disfruta filmando escenas de grupo o cortantes tête à tête en los que los policías se comportan como gángsteres y viceversa. En términos cinéfilos, la película no puede evitar rendirse ante ciertos lugares comunes del cine de mafiosos: unos viajes a Miami que remiten a la saga de El padrino, acelerados montajes a la Scorsese para electrificar el ascenso criminal del gángster, la obligada escena de discoteca al son de la mítica Don’t Leave Me This Way. Sin embargo, Cooper consigue controlar su nostalgia y pasión cinéfila para otorgar cierta verdad a sus personajes, una verdad no carente de romanticismo.