Pacto Criminal (Black Mass) es una película más del montón. Brevemente y sin espoilear voy a mencionar simplemente que la historia gira en torno a una alianza entre John Connolly (Joel Edgerton), un agente del FBI, y James “Whitey” Bulger (Johnny Depp), un mafioso oscuro y de poca monta en ascenso, ambos del sur de Boston. El objetivo de esta alianza: bajar a la “cosa nostra”, John queda como un capo en el laburo y junta unos manguitos extra, mientras Bulger se saca de encima a la competencia y todos contentos.
La última película de Scott Cooper (La Ley del más Fuerte, Loco Corazón) está basada en una historia real -con placas al final sobre el paradero de cada uno de sus protagonistas y todo-. Whitey Bulger al parecer fue un criminal muy conocido tanto por los numerosos crímenes sanguinarios que cometió como por su relación de parentesco con un senador de Boston -tranca 120, este psicópata asesino es el hermano de un ex senador yanki, para todos los que piensan que EEUU es tierra de Jauja-.
Con respecto al “come back” de Johnny Depp y a su actuación, de lo cual se habló mucho, me parece interesante distinguir lo siguiente: engordar o adelgazar, raparte cuando tenés 50 y te quedan tres pelos locos que no sabés si te van a volver a crecer, teñirte de gris, ponerte lentes de contacto, afearte, todas estas cosas de por sí no te convierten necesariamente en un buen actor. Si bien Whitey Bulger es todo lo contrario a un Jack Sparrow, no nos engañemos, Johnny acá está tan disfrazado (digamos caracterizado que suena mejor) como en Piratas del Caribe o como en cualquiera de las otras películas que viene haciendo en los últimos años; de hecho, se asemeja más a un reptil que a un humano.
Scott Cooper tiene la historia, tiene a los personajes y tiene a los actores pero carece de visión y de talento para contar y hacer algo con todo lo que tiene sobre la mesa.
Es por eso que no tomaría esta película como el regreso a la pantalla de un Johnny Depp rescatado o sobrio (¿acaso eso importa si es funcional a la película?). Acá no dejó atrás ni las caretas ni los extremos, esto es más de lo mismo, pero en vez de hacer chistes, Depp está serio onda Francella en El Clan. Pero al contrario de Guillermo, Bulger da miedito; una atmósfera siniestra lo rodea y cuando aparece él baja la temperatura en el Cinemark. Lamentablemente, cada vez que el director manda un plano de Bulger, me encontré buscando debajo de esos los lentes de contacto, de esa prótesis nasal, de esos kilitos y pelada, a Johnny Depp y no pude dejar de sentir un gran distanciamiento con respecto a lo que estaba observando. Lo que quiero decir es que, a pesar de que Johnny esté bien o mal, siempre vislumbré y busqué al actor y nunca pude terminar de creer que ese de la pantalla era Bulger, nunca pude terminar de meterme de lleno en la película, ya que me pareció muy evidente y manifiesto su artificio, algo que claramente no era buscado.
Cambiando un poco de tema, existiendo tantas películas de gángsters mucho más interesantes, como por ejemplo Los Infiltrados del genio Martin Scorsese -y que también retrata a la mafia del sur de Boston-, la verdad que me cuesta mucho poder apreciar a Pacto Criminal. Su personaje principal no me parece interesante por más extraordinario que haya sido en la vida real o por más “rica” que sea esta “historia verdadera”. No me interesa saber por qué hace lo que hace, ni cómo, ni cuando, ni dónde, ni con quién, lo cual es un problema de dirección. Cooper tiene la historia, tiene a los personajes y tiene a los actores –Edgerton y Cumberbatch son buenos– pero carece de visión y de talento para contar y hacer algo con todo lo que tiene sobre la mesa, nos presenta una ilustración de algo que pasó escudándose en generar climas en torno a una figura siniestra durante unas dos horas.
Al que no exija mucho, veo por qué puede apreciarla, pero si tengo que elegir a unos gángsters southies, me quedo con Martin, Di Caprio, Nicholson y Matt Damon de acá a Irlanda del Norte.