La convivencia con el Mal
Hay dos tráilers de Pacto criminal que trabajan lo siniestro desde diferentes perspectivas. El primero es un breve teaser, donde se muestra una conversación sobre una receta culinaria entre James “Whitey” Bulger (Johnny Depp) y uno de los agentes con los que colabora, donde lo trivial rápidamente, casi de la nada, adquiere tonalidades muy oscuras y hasta sutilmente violentas. El segundo, ya más extenso, arranca con un insólito y divertido diálogo entre Bulger y su pequeño hijo de seis años, con la presencia de la madre, donde el padre demuestra que lo suyo no son los consejos pacifistas, sino la violencia como modo de vida. Ambas secuencias representan en cierto modo tonalidades que componen a la totalidad del film, pero también son engañosas, porque en el relato lo que importan son otros temas, otros climas, otras perspectivas.
Y es que en Pacto criminal conviven elementos del cine mafioso instaurado por la trilogía de El padrino -las consecuencias de determinadas decisiones, las mochilas morales, las relaciones sociales y políticas con una América que mira para otro lado, lo sanguíneo como sostén-, pero también por el cine de Martin Scorsese -el exceso como regla, la amistad y la lealtad como valor inclaudicable, la violencia como forma única de comportamiento-, aunque el rumbo final que termina tomando la película de Scott Cooper (Loco corazón) va para otro lugar. El foco real es la alianza que realiza Bulger con John Connolly (Joel Edgerton), un agente del FBI y antiguo amigo de la infancia, por la cual Bulger se convierte en informante de los federales, proveyendo datos de las actividades que llevaban a cabo sus rivales de la mafia italiana en Boston, a cambio de que le dejen el campo libre para que haga sus fechorías tranquilo. Pero eso sí, sin homicidios por favor, como le dice Connolly a Bulger, aunque claro, Bulger no le terminará haciendo mucho caso e irá expandiendo sus negocios de la mano de sus brutales formas.
Donde Pacto criminal se muestra indecisa es a la hora de elegir un protagonista absoluto, un eje moral sobre el que edificar su relato, donde rápidamente se percibe una bajada de línea sobre cómo las instituciones de poder estadounidense eligen aliarse con un mal determinado en pos de combatir a otro mal al que consideran peor. Porque es cierto que Bulger es un personaje indudablemente atractivo en su inescrupulosidad y brutalidad casi ilimitada y hasta directamente amoral. Y también lo es que Depp tiene una actuación realmente muy buena, no sólo porque se aleja de gestualidades realizadas anteriormente en su carrera, sino porque entabla una dinámica doble, por la cual se devora al rol que le toca y al mismo tiempo desaparece en él, alumbrando a una criatura tan repugnante como atractiva. Pero también es verdad que probablemente el personaje más atractivo en cuanto a su construcción de origen, sus vínculos con la ley y lo barrial, sus dilemas éticos y sus ambiciones era el de Connolly. Es quizás el verdadero gran villano de la historia, por la forma en que justifica su codicia y voluntad de ascender profesional y socialmente a partir de sus lugares de pertenencia, su capacidad para mirar para otro lado y finalmente su hipocresía para con sus compañeros y hasta su esposa. Sin embargo, el diseño del personaje no está a la altura de lo requerido y, para colmo, Edgerton, llamativamente, entrega una actuación plagada de clichés, con lo que Connolly pierde entidad y brillo propio a los ojos del espectador.
De ahí que Pacto criminal, a pesar de su elenco multiestelar -donde desfilan nombres como Benedict Cumberbatch, Kevin Bacon, Peter Sarsgaard, Dakota Johnson, Adam Scott y Corey Stoll- termine dependiendo de lo que pueda entregar Depp, lo que condena al film a una inevitable repetición, porque Bulger no es un personaje totalmente nuevo: el Frank Costello de Jack Nicholson en Los infiltrados (en su psicopatía extrema y su relación con el FBI) y el Fergie Colm de Pete Postlethwaite en Atracción peligrosa (en su calculada crueldad) ya tomaban muchos elementos de la figura real y la sensación que termina primando es que la interpretación de Depp, por excelente, no deja de ser tardía. Aún así, es el actor el que aporta la mayor dosis de fisicidad en sus movimientos, actitudes y decisiones a un film narrado con solidez, pero donde impera la frialdad y en el que la ambigüedad en los tonos y climas, paradójicamente, más que agregar capas de complejidad, las sustrae. Cooper no se termina de animar a romper con los esquemas y lo que queda es algo correcto pero al mismo tiempo insatisfactorio.
Hay que reconocerle a Pacto criminal que su medio tono la coloca en una posición distintiva dentro del género de mafiosos, a partir del papel decisivo que juegan las fuerzas de la ley. En esa búsqueda que establece queda emparentada con films recientes como Kill the messenger y Sicario, que también se preocupan por cómo los agentes de la ley y la política en Estados Unidos, para los conflictos internos y externos, proponen una visión donde dos negativos se convierten en positivo y el enemigo del enemigo pasa a ser un amigo. Hasta que ese aliado circunstancial toma total independencia y empieza a hacer lo que se le canta. En esto, el rostro de Bulger no es más que la cara fea con la que una sociedad elige convivir en pos de deshacerse de figuras supuestamente más sucias, hasta que no le queda otra que hacerse cargo del Mal que creó, motivó y alimentó a partir de su naturalización.