El oso más amoroso.
Las aventuras del adorable oso Paddington, devorador compulsivo de sándwiches de mermelada y nacido en 1958 de la imaginación del recientemente desaparecido escritor inglés Michael Bond, han movido a generaciones de niños alrededor del mundo. En 1975, el personaje inspiró una famosa serie inglesa en la que participó Joel Grey (el conocido presentador de la exitosa Cabaret), aunque las nuevas generaciones lo conocen gracias a que el guionista y director Paul King se apoderó de ella y dio a luz, en 2014, a la película animada, simplemente titulada Paddington. El éxito fue inmediato y la secuela estaba cantada.
En esta ocasión contando con algo más de presupuesto y un elenco de los de quitarse el sombrero (en el film participa la flor y nata de la escena británica, bien sea aportando voz o físico, con nombres de experiencia más que contrastada como Michael Gambon, Hugh Grant, Imelda Staunton, Sally Hawkins, Julie Walters, Jim Broadbent o Brendan Gleeson), estamos ante un entretenidísimo film familiar en el que su hora y tres cuartos de duración se pasan como un suspiro. Bien sea por la estupenda labor llevada a cabo por el equipo de efectos especiales, gracias a los que seguimos las aventuras de la bola peluda como si fuera un personaje real y casi no nos damos cuenta de que está creado a partir de imágenes por ordenador o bien por un guion que no da respiro al espectador, la crítica ha sido unánime a la hora de ensalzar una propuesta recomendable desde ya.
Para que luego digan que segundas partes nunca fueron buenas. Se nota la mano, o mejor dicho, la pluma de Simon Farnaby, quien ya dio muestras de su talento en guiones como los de Mindhorn o las series de televisión británicas Blunder o The Persuasionists, y que aquí forma una fantástica dupla con el director, quien también ejerce labores de guionista. A destacar sobre todo los brillantes y muy divertidos diálogos y esos majestuosos monólogos brindados al villano de la función, un Hugh Grant que ya demostró su irreprochable vis cómica en Florence Foster Jenkins y cuyo rol aquí le permite erigirse como un auténtico master de las caracterizaciones mientras se burla sin piedad alguna de los estigmas de las celebridades (ojo a su momento “religioso”, sencillamente tronchante).
A diferencia de la película anterior, que tenía una vis cómica más enfocada al público infantil y parecía un ensamble de sketches sin articulación alguna, Paddington 2 luce como una historia más orgánica y dinámica que también provocará la risa de los adultos, incluso en los puntuales momentos de slapstick, como los que tienen lugar cuando el héroe de la función se tiene que ganar la vida bien como barbero o bien como limpiador de ventanas.
La trama argumental se inicia con algunas secuencias en que notas al protagonista totalmente adaptado a su vida inglesa, saludando con amabilidad a sus vecinos y desplazándose a su manera por la ciudad. Luego se nos plantea el detonante del conflicto: se acerca el cumpleaños de la tía Lucy, la misma que le salvó la vida y se encargó de criarlo, Paddington desea hacerle un regalo muy especial: un deslumbrante libro pop-up que muestra los lugares más representativos de Londres, pero es demasiado caro. Así que se tiene que poner a buscar trabajo para poder ahorrar. Sin embargo, cuando ya ha reunido la cantidad suficiente para hacerse con él, alguien roba el ejemplar y la policía le culpará, acabando con sus huesos en la cárcel.
La gracia del conjunto está en la capacidad de los creadores en dejar el suficiente espacio entre comedia y escenas de acción para mostrar la esencia del libro original y así dejar muy claro el mensaje a la audiencia: la importancia de la inclusión en nuestra sociedad en cuestiones de raza y género, que no se rija bajo estigmas y además sea respetuosa con las diferencias, de tal manera que uno pueda desarrollarse y llegar a ser uno mismo.