Paddington 2, como su precuela, quizás sea una película perfecta. Las actuaciones derraman alegría. El guión podría estudiarse en las escuelas de cine. Cada detalle y cada chiste aparentemente descartable es relevante para la trama y cobra importancia cerca del final. En términos técnicos, es una obra intachable. La integración del protagonista digital –el Paddington del título, un osito peruano que habla perfecto inglés– a la realidad de los actores es alucinante. Los escenarios y vestuarios, repletos de creatividad y color, no tienen nada que envidiarle a las fantasías de Wes Anderson. No hay, en toda la cinta, ningún paso en falso, nada que moleste, nada fuera de lugar. Es, por lo tanto, una película inofensiva.
Lo que no significa que no tenga su costado potencialmente incómodo y trágico. En la primera película, la casa amazónica del protagonista es destruida por un terremoto y su tío muere bajo los escombros. Luego el osito se traslada a Londres, donde le cuesta adaptarse. En esta segunda parte, a través de un flashback, vemos cómo quedó huérfano y cómo lo encontraron sus tíos adoptivos. De vuelta en el presente, en la casa de su nueva familia humana y británica, extraña a su tía, que todavía vive en Perú, en un geriátrico de osos. Para su cumpleaños, Paddington le quiere comprar un libro pop-up con los edificios emblemáticos de Londres, ya que ella, anclada al continente sudamericano, siempre soñó con viajar a la ciudad europea. Sin embargo el libro, que se conserva en un anticuario, guarda su secreto: es la clave para encontrar un tesoro. Por eso, una noche, un ladrón entra al local y se lleva el libro. Paddington es testigo del robo e intenta detener al sospechoso. No lo logra y, en cambio, es interceptado por la policía. A los pocos días, el osito termina en la cárcel.
Lo que sigue es tan predecible como simpático. Paddington ilumina la vida gris y anodina de los presos, mientras que, en las calles de Londres, su familia humana hace lo posible para comprobar su inocencia. En el medio, se cruzan varios personajes. Aparece Hugh Grant como el ladrón del libro, un vanidoso actor que ya vivió su cuarto de hora. En el penitenciario, encontramos al personaje de Brendan Gleeson, un rudo cocinero cuya especialidad es una gelatina incomestible. Hugh Bonneville y Sally Hawkins regresan como el padre y la madre británicos de Paddington. Todos aportan energía, intensidad e impecable timing cómico.
Si uno lamenta las limitaciones de Paddington 2 es porque podría haber sido algo más que una película perfecta. Es decir, podría haber sido una gran película. Los ingredientes están; falta el tiempo para saborearlos. La trama introduce elementos de cierto espesor emocional, pero son desplazados. La soledad de la tía y la nostalgia del osito inmigrante quedan como excusas para avanzar en la acción. Nadie espera, obviamente, una versión animada de Manchester Junto al Mar. No obstante, por dar un ejemplo, la recientemente estrenada Coco vuelve constantemente, sin dejar de lado el humor y la aventura, sobre sus temas más sombríos, el olvido y la muerte. En este contraste está el secreto del mejor cine infantil. Al ser para los más pequeños puede enlazar ambos extremos, lo más doloroso y lo más feliz, de una manera más inmediata y directa que el registro realista de cierto cine para adultos.
Paddington 2 coquetea con este tipo de contrastes, pero los atenúa. Cada vez que nos acercamos a la melancolía, hace un giro y vuelve a un territorio más seguro y gracioso. Falta un tono más equilibrado para que los gags, las elecciones musicales irónicas, los chistes zonzos, el ritmo frenético y el montaje acelerado no se lleven por delante la historia -esencialmente agridulce- del osito huérfano y peruano en Inglaterra. Hay cierto miedo a entristecer al público preadolescente; miedo que no se percibe en otros clásicos infantiles con momentos oscuros, desde Bambi hasta Pinocho, pasando por Un Cuento Americano, Pie Pequeño en Busca del Valle Encantado e Intensamente. Que se entienda: Paddington 2 es muy buena; podría haber sido genial.