En Paddington 2 vuelve el tierno osito que se gana el corazón de todos y, a la vez, los hace ser mejores en una aventura visualmente lograda y con gran elenco.
Paddington es un clásico de la literatura infantil en Inglaterra. Acá lo conocimos hace tres años en su primera incursión en el cine. Nos sorprendió y nos enamoró. Y ahora está de regreso. Y, por suerte, evitando eso de las segundas partes nunca fueron buenas.
Frente al inminente cumpleaños 100 de la tía Lucy, Paddington busca un regalo que le demuestre su cariño. Encuentra un libro pop up de imágenes de Londres en la tienda de antigüedades del señor Gruber. Pero es tan caro que debe buscarse un trabajo para recolectar el dinero necesario para comprarlo.
Lo que ocurre es que el libro, según una vieja leyenda, guarda entre sus páginas la clave para hallar un tesoro y una noche es robado. Las pistas incriminan al osito que terminará como culpable en la cárcel. La familia Brown intentará descubrir al verdadero ladrón mientras Paddington, con su trato, cambiará a los criminales más peligrosos.
Con un diseño visual desbordante, el director Paul King consigue una comedia familiar noble y honesta, con toques que remiten a Chaplin, a Keaton y a la comedia musical (el número de cierre con una canción de Stephen Sondheim y una coreografía al mejor estilo clásico de Hollywood es deslumbrante).
Un elenco inglés de nombre y calidad mayúscula (Sally Hawkins, Breendan Gleeson, Hugh Bonneville, Jim Broadbent, Julie Walters, Hugh Grant -se lo nota feliz en su villano- y las voces de Imelda Staunton, Michael Gambom y Ben Whishaw) se luce para llevar a buen puerto un divertimento con emoción y ternura que habla de la inclusión, de la posibilidad de cambio, de la apuesta por los sentimientos sin demagogia ni subestimación.
Párrafo aparte para esta odiosa costumbre de las distribuidoras, que cada vez toma más cuerpo, de estrenar películas sólo dobladas. En las voces de los osos no se nota obviamente (muy buen trabajo de Nico Vázquez como Paddington), pero en los personajes de carne y hueso las inflexiones, los tonos se pierden para obtener sobreactuaciones insoportables y que atentan contra el mismo film.